Juan José Tamayo glosa la figura de José María Calleja, periodista y profesor de la UC3M fallecido recientemente a causa del COVID19.
Ya no oiremos la firme y limpia voz de José María Calleja en las tertulias de radio, prensa y televisión, ni los alumnos y las alumnas de Periodismo y Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III podrán seguir disfrutando de sus clases llenas de sabiduría y salpicadas de humor relajante, ni leeremos sus artículos en los medios de comunicación, ni los colegas vamos a encontrarlo risueño por el campus de la universidad, ni quienes formamos parte del Instituto Universitarios de Estudios Género lo tendremos al lado en las reuniones, a las que nunca faltaba, ni los amigos y las amigas podremos disfrutar de su cordialidad a flor de piel, su cálida conversación, su bonhomía y su honestidad.
No logro imaginar su ausencia ni creerme el zarpazo mortal de la inmisericorde violencia de la COVID19, que nos lo arrebató el 21 de abril, él que tanto había contribuido a la derrota de la violencia terrorista, había luchado contra la violencia machista y acostumbraba a decir refiriéndose a los terroristas de ETA: “No pudieron matarme ni amargarme la vida”. Se nos ha ido sin poder despedirse de sus amigos, amigas, familiares, colegas y contertulios, quienes tampoco hemos podido despedirnos de él y acompañarlo en los momentos finales. Pero sigue con nosotros en el recuerdo, en la memoria histórica, de la que tanto escribió en defensa de la dignidad de las víctimas.
Los recuerdos, a cuál más gratos y gratificantes, se me agolpan en la mente y se pelean por emerger: las provocadoras entrevistas en el programa El debate de la CNN+, que dirigió y presentó durante una década y en las que participé asiduamente; las reuniones en el departamento de Periodismo y Comunicación Audiovisual, de la Universidad Carlos III de Madrid, la asignatura Información y conflicto, que compartimos durante siete años para el alumnado del cuarto curso del grado de Periodismo y Comunicación: Calleja hablaba del papel de la violencia, y yo, del papel de las religiones; la colaboración en el Instituto Universitario de Estudios de Género, del que somos miembros investigadores y en cuyas actividad participaba activa y asiduamente. No puedo olvidar los numerosos debates en los que participamos siempre en sintonía y en los que destacaba por la claridad de sus exposiciones, la agilidad en las respuestas y el sentido lúdico.
El joven luchador contra la dictadura y por la democracia
José María Calleja fue un luchador contra la dictadura franquista desde los 18 años. Militó en las organizaciones políticas de izquierda en la universidad de Valladolid, donde estudió la carrera de Historia y Geografía y destacó como líder estudiantil en las movilizaciones universitarias en defensa de la democratización de la sociedad española y de la universidad. Memorables eran sus intervenciones en las asambleas de estudiantes que, después de explicar motivos y proponer las actuaciones para promover desde la calle la transición de la dictadura a la democracia, terminaba con la frase, tan de nuestra tierra castellana, “al pan pan y al vino vino”. La sinceridad de esas palabras era la mejor expresión de la indignación por la negación de la dignidad, la represión dictatorial y el secuestro de la libertad a todos los ciudadanos y ciudadanas, y la cárcel en la que se convirtieron los lugares de trabajo, los barrios, los centros universitarios.
La imaginación antifranquista se traducía en la organización de las llamadas “actividades culturales”, a las que eran invitados destacados intelectuales, políticos y sindicalistas de la oposición ilegal que abrían nuevos horizontes más allá de las aulas e invitaban a la subversión contra el sistema. “Actividad cultural” que, al decir de Fernando Savater, uno de los participantes, “era un éxito cuando la facultad estaba rodeada por las lecheras de los grises y casi todo el tiempo lo pasábamos en el pasillo por donde vendrían a desalojarnos.”
Su rebeldía contra el sistema le costó la cárcel y el “destierro” en Ceuta durante el servicio militar. Ante la imposibilidad de frenar las movilizaciones estudiantiles por parte de las fuerzas de Orden Público y del Ejército, el ministro de Educación, Cruz Martínez Esteruelas, clausuró la Universidad de Valladolid. Pero esa medida represiva no solo no intimidó a los estudiantes vallisoletanos ni al profesorado, unos y otros rebeldes con causa, sino que alentó un tipo de Universidad (la llamada “Universidad paralela”) que revolucionó los desfasados métodos docentes de la dictadura y dio lugar a una enseñanza alternativa más dinámica e interactiva.
Las parroquias, los parques, los bares se convirtieron en lugares de encuentro entre maestros y maestras, ávidos de enseñar con otra pedagogía, y el alumnado, deseoso de aprender y entender de dónde veníamos y qué tipo de sociedad queríamos. Se recuperaba así el sentido originario de la Universidad como comunidad de alumnado y profesorado y se rompía el modelo de educación directiva y jerarquizada.
Referente ético por su lucha contra la violencia de ETA por su compromiso por la paz
Pero la lucha del joven Calleja contra la dictadura y por la democracia y los derechos humanos no terminó cuando terminó sus estudios de Geografía e Historia en la Universidad de Valladolid. Su compromiso con los valores de la libertad y la ciudadanía continuó en las décadas siguientes, en otro escenario bien distinto, el País Vasco, caracterizado por el terrorismo de ETA en una de las etapas más sangrientas con asesinatos casi a diario de policías, militares, empresarios, e incluso militantes críticos de la propia organización, que sembró el terror en la ciudadanía. Un momento en el que, según la descripción de Calleja, la actitud tibia, cuando no condescendiente, de sectores políticos, religiosos, periodísticos y cierta izquierda retrasó la reacción de la sociedad contra los hechos violentos.
Fue en ese contexto en el que Calleja se convirtió en referente ético, ejemplo de resistencia frente a ETA y modelo de coherencia entre su pensamiento y su práctica solidaria con las víctimas. Y lo demostró tanto en el ejercicio de su profesión periodística, primero en la agencia EFE y después en Euskal Telebista (ETB), como desde el punto de vista cívico. En Teleberri, principal informativo de ETB2, del que fue presentador, utilizó un lenguaje directo, sin circunloquios, para referirse a ETA como organización terrorista y a sus dirigentes y activistas como asesinos. Tras varios años de estar al frente de dicho informativo fue cesado.
Como ciudadano contribuyó a la creación de iniciativas pacifistas como el movimiento cívico Basta ya, en el que participó activamente a favor de la concordia desde la no violencia activa como única forma de responder a la violencia, que al final logró su eficacia. Su compromiso por los derechos humanos pasaba entonces en primer lugar por el derecho a la vida, el más amenazado en el clima violento reinante.
Por su firmeza en las denuncias del terrorismo de ETA y en sus críticas contra el sectarismo fue objeto de constantes amenazas de muerte. Eso provocó que él y su familia tuvieran que vivir rodeados de escolta policial, tanto en el País Vasco como en Madrid, hasta el cese de la violencia terrorista. Yo fui testigo de ello en la Universidad Carlos III, donde compartimos docencia.
¿Tuvo miedo?, claro que sí, “soy humano”, me confesó alguna vez, pero lo venció con la honestidad informativa y el sentido del humor desestabilizador, como, según contaba. Con ese sentido del humor reaccionó ante el anuncio del cese del informativo Teleberri por parte de director de ETB, según le contó a la investigadora María Jiménez y ha recogido Leyre Iglesias en El Mundo. “Calleja –le dijo el director- tu especial beligerancia con la violencia me plantea problemas en mi entorno”. A lo que Calleja respondió: “Joder, pues cambia de entorno”. La réplica del director no se hizo esperar. “Además, como llevas escolta, no puedes ser objetivo”. “Hombre, como soy objetivo, por eso me han puesto escolta”, fue su contestación.
Amén de crítico del terrorismo, Calleja se convirtió en un experto en la materia, como lo demuestran varios libros suyos en los que analiza con rigor periodístico la realidad de la violencia en Euskadi, describe la forma en que fueron asesinadas las víctimas y hace un reconocimiento de su valor humano y su significado político. Entre ellos cabe citar: ¡Arriba Euskadi! La vida diaria en el País Vasco (Premio Espasa 2001); Algo habrá hecho. Odio, muerte y miedo en Euskadi (Espasa, 2006); Contra la barbarie. Un alegato a favor de las víctimas de ETA. Prólogo de Fernando Savater (Temas de Hoy); Héroes a su pesar. Crónica de los que lucharon por la libertad (Espasa); La derrota de ETA (Adhasa publicaciones). De esa manera contribuía a devolver a las víctimas la dignidad que se les había arrebato violenta e irracionalmente.
Contra la violencia machista y por la igualdad y la justicia de género
Calleja fue ampliando el horizonte de los derechos humanos conforme iba descubriendo las distintas formas de transgresión de los mismos. Fue uno de los periodistas y docentes más madrugadores en introducir el lenguaje inclusivo en sus clases, textos e intervenciones radiofónicas. Tomó pronto conciencia de la discriminación de las mujeres como el hecho mayor y la principal contradicción de las sociedades democráticas, también la española que, aun con leyes igualitarias (Ley contra la violencia de género de 2004 y Ley de igualdad efectiva de 2007, aprobadas durante el primer gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero), se caracterizan por la inequidad de género por mor del patriarcado, instalado en las prácticas políticas, económicas, culturales y fomentado con frecuencia por los medios de comunicación.
Constató que la violencia machista era la primera causa de muerte violenta en nuestro país. Violencia que tenía múltiples manifestaciones: psicológica, malos tratos, insultos, humillaciones, desprecios, minusvaloración del trabajo de las mujeres, salarios más bajo por el mismo trabajo y cualificación profesional, falta de libertad, negativa de los hombres a compartir los cuidados y el trabajo doméstico, vivir con miedo con los violentos en la misma casa sin poder librarse de ellos. Y eso no como algo excepcional y esporádico, sino habitual y de forma sistemática, no minoritariamente, sino afectando a decenas y decenas de miles de mujeres.
Calleja llamó la atención sobre la desproporción entre la gravedad de la violencia de género en sus diferentes manifestaciones y su poca relevancia en las información y la falta de tratamiento adecuado en los medios de comunicación. Para corregir tales deficiencias y desde su sensibilidad feminista ofreció orientaciones para una correcta información sobre dicha violencia acorde con su gravedad y expansión: buscar siempre la verdad, utilizar del lenguaje adecuado, pedir opinión a las personas expertas, escuchar los testimonios de las víctimas y darles voz, huir de la morbosidad, utilizar el lenguaje inclusivo, no informar sobre los crímenes machistas cual si se tratara de “sucesos”, apoyar las reivindicaciones feministas, elegir correctamente las imágenes y las palabras.
Dos de los libros que mejor reflejan su conciencia feminista y su compromiso como informador, que han contribuido positivamente a una información desde la perspectiva de género son Cómo informar sobre la violencia machista (Cátedra, 2016), La violencia como noticia (La Catarata), que deberíamos leer todas las personas que escribimos sobre estos temas y especialmente las personas del mundo de la comunicación.
Su obra y su trayectoria profesional revelan el compromiso y la valentía de quien no se amilanó contra la violencia del poder del tipo que fuera.
Vetas de ilustración y utopía en la historia de España
Su última obra es Lo bueno de España (Planeta), un libro de divulgación sobre los dos últimos siglos de la historia de España, escrito desde la izquierda política y cultural, sin carácter apologético españolista pero tampoco mortificador. En él recupera las vetas de ilustración y utopía de nuestro pasado reciente concretado en hechos históricos y personajes que hicieron avanzar la historia hacia la libertad, como la Constitución de Cádiz de 1812, la generación el 27, las maestras de la República y, en la actualidad, la Transición política, las leyes de Igualdad, la ley del matrimonio homosexual, etc. Y siempre con la mirada esperanzada en el futuro. Todo un ejemplo de optimismo, no ingenuo, sino sólidamente fundamentado.
Un deseo que no pudo cumplir: volver a clase en septiembre
Ya ingresado por el contagio del coronavirus escribió su último artículo titulado “Diario de fiebre”, donde expresaba sus dudas y un deseo. Sus dudas: “No sé cuántas cosas se llevará por delante ese destrozo, pero nuestra alta esperanza de vida ya está quedando tocada”. El deseo: “Yo con que en septiembre puedan empezar las clases, me doy con un canto en los dientes”. Tristemente ese deseo no se va a cumplir. Y bien que lo sentiremos sus colegas. Pero esperamos hacerte el reconocimiento que mereces. Será una manera de volver a estar con nosotros. Tenlo por seguro.
José María Calleja hizo uso público y crítico de la razón
En su respuesta a la pregunta ¿Qué es la Ilustración?, Kant afirma que la pereza y la cobardía son las causas de que una gran parte de los seres humanos permanezca gustosa y cómodamente instalada en la minoría de edad a lo largo de toda su vida y oiga exclamar por doquier “No razonéis”. Tras esta constatación, que considero certera y aplicable a nuestro tiempo casi doscientos cincuenta años después de que la escribiera, el filósofo alemán invita a “hacer uso público de la razón ante el gran público del mundo de los lectores” (subrayado de Kant).
La referencia al “mundo de los lectores” no puede ser más oportuna y aplicable hoy en su literalidad a José María Calleja, que desde los 18 años abandonó definitivamente la minoría de edad vital e intelectual, fue valiente, incluso osado, e hizo uso público de la razón crítica en sus clases, artículos, tertulias, conferencias y debates, y, tras su muerte, constituye un ejemplo de coherencia en la defensa de las víctimas de la violencia política y machista, de la democracia participativa, de los derechos humanos, del derecho a la vida, especialmente de aquellas personas a quienes se les niega sistemáticamente, y de la igualdad y la justicia de género.
Descansa en paz, José Mari, persona honesta, sincero con la realidad en tu profesión, amigo y compañero entrañable y “en el buen sentido de la palabra, bueno”, como dijera Machado.
Juan José Tamayo es profesor emérito de la Universidad Carlos III de Madrid. Teólogo, articulista y ensayista, sus últimos libros son Invitación a la utopía: estudio histórico para tiempo de crisis (2012, Trotta), Cincuenta intelectuales para una conciencia crítica (2013, Fragmenta), Teologías del Sur (2017, Trotta), ¿Ha muerto la utopía? ¿triunfan las distopías? (2018, Biblioteca Nueva).