Alberto Corazón Alberto Corazón, recientemente fallecido, realizó el diseño de la imagen gráfica del Mercado Puerta de Toledo cuando se produce su rehabilitación a finales de los 80. Este espacio es ahora el campus Madrid-Puerta de Toledo de la UC3M y en él se conservan algunas muestras de la obra gráfica y escultórica de este gran diseñador y artista. Hemos querido rendirle homenaje a través de la memoria de admiradores y amigos. Lo que sigue es el recuerdo del diseñador Enric Satué.

Se hace camino al andar

El camino que Alberto Corazón y yo llevábamos haciendo juntos —empiezo utilizando una expresión suya— se interrumpió para siempre la fría mañana del día 10 de febrero de este año catastrófico, no sólo por lo pandémico. Ocurrió abruptamente, porque si bien muchas veces la muerte llega allí donde ya se la aguarda, no deja jamás de ser abrupta. Por lo visto y oído es un fenómeno tan inexplicable como inevitable. Por un elemental respeto a su ausencia, he dejado de andar aquel camino que hasta el último momento hicimos los dos juntos tan gozosamente, pese a las inclemencias, obstáculos y sinsabores que logramos superar oponiendo una esperanza y una alegría lo bastante duras de pelar como para avanzar sin indecisiones ni temores insalvables.

Alberto era tres años más joven que yo, también mucho más ágil (sin pasar por el gimnasio, jugó hasta muy tarde al fútbol con algún editor comprometido y los obreros impresores con los que confraternizó) y, por supuesto, más cultivado intelectualmente. Al principio —y me estoy refiriendo a cincuenta años atrás— hubo que superar la enemistad a la que nos condenó aquella estúpida paradoja de trabajar, él para editores barceloneses y yo para editores madrileños; en aquellos tiempos preconstitucionales era, lisa y llanamente tabú. Además, yo aparecí en la plaza cuando Alberto ya estaba prácticamente encumbrado, gracias a la fértil semilla del diseño gráfico que fue sembrando con sus propias manos en tierras baldías, de las que muy pronto, no obstante, ambos recogeríamos los primeros sabrosos frutos.

Por fortuna, la causa tuvo el efecto apetecido, y salimos de la experiencia amigos para siempre, superando felizmente la hostilidad de apriorismos tan perversos como a la postre infundados. Juntos emprendimos entonces, casi cogidos de la mano, un camino gráfico más que prometedor, y todavía poco antes de interrumpirse del todo Alberto Corazón seguía creyendo firmemente en que «el diseño era la herramienta que permitía mejorar la relación y comprensión de lo que nos rodea, la realidad simbólica y objetual. Cuando diseño —repetía con reiterada obstinación— me siento un ciudadano más útil a la comunidad. Y eso es lo que deberíamos transmitir, en mi opinión, a nuestros conciudadanos y clientes.»

Alberto era diseñador como yo, pintor como yo (aunque no ejerzo) y escritor como yo: él en la variante de impresiones, reflexiones y memorias —materia esta última que compartimos—, no así en la divulgación del diseño gráfico desde los orígenes hasta nuestros días. Pero así como yo siento que escribir se me antoja otra forma de pintar (con letras y palabras a escoger libremente, como los colores y los escorzos), o como una suerte de regreso al principio, Alberto dibujaba y pintaba por una necesidad interior, casi mística, ya fuese al lado, delante, detrás o debajo de cualquier otra actividad cultural o intelectual en la que anduviera metido. También dibujó y pintó, exclusivamente para mí, un mapa de Madrid muy particular cuyos puntos cardinales puedo situar todavía, a un lado, en el Mercado de la Puerta de Toledo; al otro, en la carretera que conduce a la Coruña (en el km 13,300, donde tenía instalados estudio y vivienda, en La Florida); allá en el frente, la galería Juana Mordó (al comienzo de Castelló y cerca del Retiro, si no recuerdo mal, donde siempre pasaban cosas, como por ejemplo coincidir con Rafael Solbes y Manolo Valdés, los miembros del entonces imprescindible y famoso Equipo Crónica); y al fondo, en sordina, su amado estadio Santiago Bernabeu (su madridismo y mi barcelonismo no fueron nunca antitéticos, ni tampoco incompatibles).

Dicho de otro modo, así fue como Alberto Corazón dibujaba y pintaba su versión de la fe, la esperanza, la alegría y la rebelión, pasiones todas propias de nuestra comprometida y comprometedora juventud, común a la de cierto comprometido y comprometedor Cesare Pavese de quien, sospecho que únicamente por jóvenes, nos pilló su poética pulsión existencial; la verdad es que en el ingrato proceso de aprender «el oficio de vivir» aceptábamos lo que buenamente nos era dado. Fueron tiempos muy difíciles para la lírica.

Entrañable y muy hábil conversador, persuasivo hasta hacerse irrefutable, conversar con Alberto siempre me resultó instructivo, y estoy por decir que (amantes ambos de la música) hasta su silencio lo daba yo por educativo. Era, en fin, tan ponderado que a lo bueno le sacaba defectos y a lo malo virtudes, buscando por todos los medios una ecuanimidad que pudiese al cabo calificar de justa. Corazón de corazones, el aforismo de W. J. Goethe que dice que «la representación plástica es el reino de la poesía, y si te descuidas de la filosofía,» parecía pensado ex profeso para él.

Es obvio que, cuando me fue presentado en Barcelona en 1971, Alberto ya me pareció un tipo considerable, dueño de un talento poco común. Muy leído, afable y seductor, fue un conquistador nato a causa de su irresistible retórica y una empatía galopante, materiales ambos con los que, bien mirado, podría construirse un príncipe. Pero príncipe o no, se dio el caso que el diseñador gráfico de Benetton y del programa de señalización del metro de Nueva York, Massimo Vignelli, miembro que fue del jurado de los Premios Nacionales de Diseño del año 1989 del cual formé parte yo mismo, como premiado el año anterior, ante los proyectos que Alberto presentó a concurso no pudo por menos que exclamar: «Pero esta no es la obra de un diseñador. ¡Esto es de un gigante!»

Entiendo que el gigante lo representara muy dignamente el poder y la fuerza (por no llamar rabia) con que expresaba su gráfica toda, pero un cierto gigantismo lo aportaba también con su producción, intensa y extensa (literalmente gigantesca), difícilmente asumible por un hombre solo. Alberto Corazón firmaba logotipos e imágenes de identidad de ministerios, gobiernos autónomos, grandes compañías de signo diverso, consorcios financieros y bancarios e incluso pequeñas, pequeñísimas y medianas empresas; imágenes editoriales y cubiertas de colecciones de libros; carteles para acontecimientos sonados o discretos, catálogos variados y diseño urbano de todas clases, desde la señalización, el mobiliario o la iluminación. Hacía de todo y a gran escala, y esto suponía por sí mismo lo que cabe esperar de un gigante.

Tengo para mí que no iba con demasiada frecuencia al cine (algo más al teatro y mucho a óperas y conciertos, en Madrid o donde fuera o fuese) porque lo verdaderamente suyo eran las reuniones con amigos en casa, a la hora de cenar, alrededor de alimentos de mercado y vino tinto a discreción (en su última mudanza de hace ya tres años todavía le apareció un Reserva 890 de la Rioja Alta de los años setenta, mudo testimonio de aquellos tiempos, y quién sabe si estropeado). Sin duda, para los falangistas que quedaban en sus puestos durante los primeros años setenta (los intelectuales de un régimen franquista plagado de militares) aquellas reuniones nocturnas con conversaciones apasionadas y apasionantes las clasificarían torpemente de contubernios: que si el contubernio de la Plaza Mayor o el contubernio de Majadahonda o el contubernio de La Florida o el contubernio de Antonio Palomino, en Chamberí. Pero es que, tal y como tituló Pavese otro de sus libros, «trabajar cansa», tras de las extenuantes jornadas laborales Alberto reponía fuerzas a su manera, es decir, manteniendo los motores en marcha.

En resumen, y a grandes rasgos, creo que en este apresurado balance puedo suponer y supongo que Alberto Corazón recorrió un camino más feliz y placentero de lo que él mismo llegó a considerar cabalmente. Claro está que hubo quien le desbrozó el camino amorosamente. Alguien a quien reconoció explícita y admirablemente su deuda biográfica cuando, en letra impresa y negro sobre blanco escribió, como sólo saben escribir los gigantes, que «mi vida se divide en dos partes: antes de Ana y después de Ana.»

En esta ocasión, verdaderamente especial, considero oportuno concluir mi escrito dando la palabra al mismo Alberto Corazón (¿quién mejor?) para corresponder a la amistad exaltada en mi texto. Cierto día tuvo la gentileza, aliñada con su afecto, de expresarse sobre mi trabajo de este modo en Cuando editar era una fiesta (un libro de Tusquets Editores sobre Jaime Salinas), publicando un testimonio del que he extraído unos pocos párrafos: «A comienzos de 1977, en las mesas de novedades de las librerías de todo el país, aparecen unos libros que marcarán un antes y un después en la cultura del diseño editorial español. […] ¿Qué hacían a esos libros tan especiales en su aparente modestia? Su ‘aura’. Libros que recuperaban una dignidad tipográfica que parecía extinguida, una armonía de versales, caja baja, cursivas, musical y geométrica, que provocaban el acariciar el volumen, que anticipaban el placer de abrirlos y leer, del tacto del papel, de poseerlo. […] Enric Satué era, ya entonces, un maestro, pero su talento gráfico no había casi traspasado las fronteras de Cataluña. […] Esa es la personalidad única que Satué supo construir. Un rectángulo dentro de un rectángulo, como una doble cubierta, separados por una ligera y discreta orla de motivos ornamentales de la tipografía clásica.»

Enric Satué, diseñador gráfico y escritor

Breve perfil de Enric Satué (por él mismo)

Barcelona, 1938. Diseñador gráfico, profesor universitario, Premio Nacional de Diseño y Premio Nacional de Diseño de la Generalitat de Cataluña, historiador y divulgador del diseño gráfico, escritor y académico honorario de la Real Academia Catalana de Bellas Artes de San Jorge. Autor de obras algo conocidas en Madrid, como el logotipo del Instituto Cervantes, la imagen de identidad y editorial de Ediciones Alfaguara, la renovación de la cubiertas de la colección Austral, la renovación de la revista Ínsula, la redacción de la voz «Diseño gráfico» para la Enciclopedia Espasa, y tal vez el cartel oficial de los Juegos Olímpicos de Barcelona.

*Imágenes de objetos y diseños de Alberto Corazón en el campus Madrid-Puerta de Toledo de la UC3M.