Sara Mesa estudió periodismo y filología hispánica. Comenzó escribiendo poesía, pero pronto optó por la narrativa. Además de numerosos cuentos y relatos, ha publicado ensayos y varias novelas cortas que han tenido una excelente recepción entre sus lectores, tanto por las temas que toca como por la calidad literaria con que los aborda. Sus historias hablan de sueños y realidades.
Tras tanto tiempo sin escribir poesía, ¿cómo es tu relación actual con la misma? ¿qué poetas te interesan en este momento? ¿descartas definitivamente volver a la poesía?
Creo que el mismo hecho de no haber vuelto a publicar poemas en casi quince años ya responde esta pregunta. No me siento cómoda con la poesía. Y apenas la leo, salvo excepciones, estoy mucho más centrada en la narrativa. Esto no es ningún tipo de desprecio, al revés: reconozco mi ignorancia al respecto.
Cuéntanos cómo fue tu tránsito del cuento a la novela, ¿fue una necesidad intelectual, personal o editorial?
Cuando escribo no establezco grandes diferencias entre cuento y novela. Mis novelas son cortas, algunos de mis cuentos son bastante largos, manejo recursos comunes. Empecé escribiendo cuentos porque por algo hay que empezar, pero podría haber sido perfectamente al revés. De hecho nunca he dejado de escribir cuentos y a día de hoy justo estoy escribiéndolos.
Has cultivado una forma de hacer literatura que aborda la complejidad del ser humano de una manera sencilla en lo formal y estructurada en narraciones breves. ¿Es una decisión meditada o corresponde a tu estilo natural?
Nada de lo que escribo proviene de decisiones meditadas. Tampoco sé si creo en un “estilo natural”, pero sí creo en la intuición, en el estilo propio, que no existe previamente, sino que ha de encontrarse a base del método ensayo-error. Por otro lado, no estoy muy de acuerdo con que mi escritura sea sencilla “en lo formal”. Sí lo es en el ámbito léxico, por ejemplo, pero no estructuralmente. Tengo textos que mezclan puntos de vista y tiempos narrativos que no calificaría de formalmente sencillos, más bien al revés. Lo que sí intento es generar sensación de naturalidad. También huyo de la artificiosidad que complica innecesariamente la lectura.
¿De qué forma crees que la narrativa audiovisual está influyendo en la literatura? ¿cómo puede hacerse hueco la palabra frente a la imagen ?
La narrativa audiovisual lleva influyendo en la literatura más de un siglo. No solo es inevitable, sino que también es deseable y enriquecedor. La narrativa siempre se articula en imágenes, yo escribo a partir de imágenes, aunque luego las plasme con palabras. No percibo ningún tipo de competición ni de necesidad de hacerse hueco. La palabra escrita nunca perderá su hueco. A mí el cine me apasiona, veo películas a diario, y me resultan muy estimulantes desde el punto de vista creativo.
¿Crees en los escritores generacionales o en las generaciones de lectores que reclaman un tipo determinado de literatura?
No tengo ni idea. Este tipo de cuestiones las deberían contestar los críticos literarios. Como escritora, con total honestidad, el concepto de generación siempre me ha sonado un tanto artificioso, pero supongo que es necesario a efectos didácticos, mediáticos o lo que sea. Pero a mí no me interesa.
¿Hasta qué punto la presión por la originalidad en la novela condiciona la escritura?
No siento esa presión. La única presión es la del libro bien escrito. No repetirme, no acomodarme. Esas son mis únicas presiones.
Si tuvieras que aconsejar a alguien con inquietudes literarias, ¿qué le dirías?
Es difícil, porque lo que a mí me funcionó puede no funcionar a otros. Es necesario leer mucho –esto es obvio, pero hay que repetirlo por si acaso-, pero leer con los ojos bien abiertos, no analizando los textos sino experimentándolos. Tener paciencia. No aspirar a nada. Ser humilde. Trabajar mucho.
¿Cuáles crees que son las principales barreras para la atracción hacia la lectura entre los jóvenes?
De los jóvenes y de los no tan jóvenes: la falta de formación, la percepción errónea de la literatura, una desconfianza extrema. La escuela todavía sigue ofreciendo una imagen acartonada de la literatura que no se corresponde con la realidad. Los programas educativos no tienen ningún sentido. No se aprende a leer, se aprende historia literaria. Que niños de 13 años se vean obligados a leer a Gonzalo de Berceo es un disparate.
En tu última novela, “Un Amor”, evidencias el poder literario de los sueños y de las pesadillas, ¿alguna relación con el psicoanálisis?
No conozco bien el psicoanálisis en tanto análisis sistematizado del mundo onírico. Pero sí me interesa mucho el mundo onírico como lenguaje. Yo aprendo mucho de los sueños. Me ofrecen una forma de narración extremadamente sugestiva, sutil, divertida, aterradora, etc.
Tu ensayo “Silencio Administrativo“ trata sobre las dificultades burocráticas que tiene la gente para acceder a ayudas sociales. Trata también el tema de la aporofobia. ¿En qué medida la aporofobia representa un desafío ético y democrático en las sociedades occidentales?
Burocracia y aporofobia son las dos caras de la misma moneda, precisamente esto es lo que traté de plasmar en el libro. La percepción social de que hay toda una burocracia puesta al servicio de los pobres, cuando es al revés (está puesta en contra de ellos), alimenta la aporofobia. Todos somos aporofóbicos en mayor o menor medida. Solo cuanto tomemos conciencia de la gravedad de este fenómeno podremos entender que la desigualdad social es la raíz de la pobreza.
Sara Mesa (Madrid, 1976) reside en Sevilla. Es autora de relatos y novelas, muchos de ellos premiados en diferentes certámenes literarios. En Anagrama se han publicado Cuatro por cuatro (finalista del Premio Herralde de Novela), Cicatriz , Mala letra, Un incendio invisible y también el breve ensayo Silencio administrativo.