Raúl Sánchez reflexiona sobre cómo la enseñanza universitaria tendrá que adaptarse a la “nueva normalidad”, los retos y las oportunidades que se presentan.
¿Qué nos espera a las universidades públicas españolas a la vuelta del verano de 2020? La pregunta no es baladí. Para todos aquellos que trabajamos, enseñamos, estudiamos o investigamos en alguna universidad pública española resulta evidente que las cosas no van a volver a ser como eran después del verano de 2020. Sobre todo, tras haber vivido un segundo cuatrimestre en el que hemos sufrido el confinamiento obligado en nuestras casas, la migración forzosa al teletrabajo y la conversión acelerada al trabajo, estudio, docencia e investigación online, según los casos. Y, por encima de todo, el ver nuestra vida conquistada y subyugada a la tiranía de la teleconferencia, en pijama o en chándal, según hora del día y gustos personales.
No es fácil encontrar una respuesta razonable para la dichosa pregunta del encabezado, una que se aleje tanto del catastrofismo morboso como del optimismo injustificado. Todos estamos preocupados, y con razón, sobre el momento y las condiciones en que podremos volver a las aulas. Es muy probable que tenga que ser en condiciones mixtas de docencia presencial y online, por motivos sanitarios. El contexto general también será distinto. Por ejemplo, es de esperar que tanto la matriculación de nuevos estudiantes internacionales como el número de estancias internacionales de los estudiantes españoles se reduzcan considerablemente. Estudiar más cerca de casa, o usando medios online, va a ser claramente una tendencia en los próximos cursos, al menos mientras el miedo al retorno del virus exista. También es previsible un impacto económico significativo en los presupuestos universitarios, en la financiación para becas y en los fondos para investigación. Todas estas partidas reflejarán necesariamente el estado de la economía del país, para la que muchos gurús vaticinan ya un golpe importante de una magnitud que no podemos ahora mismo ni imaginar. Como en otras crisis previas, es también de esperar que muchas más personas decidan venir a la universidad hasta que la crisis escampe, para que esta formación adicional aumente sus posibilidades de asegurar un sueldo más decente y competitivo en el futuro.
La situación es claramente complicada, pero no todo tiene porque ser necesariamente negro. Me viene a la mente esa famosa coletilla que es común escuchar tanto a políticos como a inversores financieros: “no hay que dejar pasar las muchas oportunidades que ofrece una crisis severa”. A este mismo principio vamos a tener que agarrarnos nosotros, por falta de otro mejor. La universidad no va a volver a ser la misma. Pero deberíamos de ponernos manos a la obra para intentar que algunos de los cambios que se nos vienen encima ayuden no solo a superar la crisis actual, sino a que tengamos también una universidad pública mucho mejor que la que teníamos desde hace diez o veinte años.
Hay mucho que se puede y se debe hacer. Por ejemplo, racionalizar mejor la oferta de estudios universitarios y la interrelación entre los mismo. Replantear el modelo de contratación, promoción y valoración del profesorado. Redefinir la carrera investigadora, clarificando su progresión y facilitando la retención de talento. La potencialidad de la educación online a nivel universitario, vaticinada por muchos desde hace más de una década, se ha demostrado en estos meses. Pero, como en todos los crecimientos virulentos y sin control, valga la chanza, se han reventado muchas de sus costuras: muchos profesores y profesoras no estaban preparados para adoptar estos métodos en tan corto plazo; muchos estudiantes, sobre todo los de entornos socio-económicos menos acomodadas, carecen del acceso a la tecnología necesaria para beneficiarse de estos recursos; la evaluación online es aún, a día de hoy, un escenario de pesadilla para muchos docentes. Estos, y muchos otros, serán los campos de batalla en los que espero se vuelquen nuestros esfuerzos para que podamos decir dentro de unos años que sí, que nos pusimos las pilas, que trabajamos todos juntos codo con codo, y que aprovechamos bien las oportunidades que nos brindó la crisis del COVID-19.
Finalmente, quiero acabar con una reflexión más. No puedo olvidarme en estos momentos de aquellos y aquellas estudiantes que vienen de entornos sociales y/o económicos menos favorecidos, ni de sus familias. Siempre son los que sufren con mayor agudeza cualquier crisis económica, debido a su falta de recursos. Ningún nuevo marco, ni nueva política, ni nuevo desarrollo tecnológico del mundo universitario sería defendible en sociedad si acaba contribuyendo a aumentar la distancia social entre personas por motivos económicos. La universidad española, junto con el resto del sistema educativo público, ha jugado el papel de ascensor social durante los últimos cincuenta años. Y debe seguir haciéndolo. Este sistema ha contribuido, con todas sus carencias, a que muchos miembros de las clases más humildes de este país hayan visto cumplidos sus sueños, comprobando que cualquier meta es posible si se está dispuesto a pagar el precio en esfuerzo y dedicación personal. Triste favor haríamos a esa idea si los cambios que hagamos no contribuyeran a reducir aún más esa división.
Luis Raúl Sánchez Fernández, es catedrático y director del Departamento de Física de la UC3M. Sus líneas de investigación son la fusión termonuclear, la física de plasmas, el confinamiento magnético, tokamaks y stellarators, magnetohidrodinámica, turbulencia y transporte turbulento.