“Lo más importante del voluntariado internacional es la experiencia personal, ser capaces de vivir y trabajar con personas de otras culturas”, una reflexión con la que se identifican Jaime Cerrolaza, Isabel Ladrón y Marta Moreno, tres de los cuatro estudiantes de la UC3M que, durante seis meses, desde julio a diciembre de 2016, realizaron un voluntariado en Hispanoamérica. Jaime realizó el voluntariado en el Centro de Energías Renovables de Estelí en la Universidad Autónoma de Nicaragua-Managua (UNAN-Managua) en el que realizó un estudio sobre bombeo fotovoltaico en comunidades rurales; Isabel fue voluntaria en la Coordinación de Comunicación para el Desarrollo de la UNAN-Managua, donde impartió prácticas de especialización centradas en el ejercicio del periodismo con perspectiva de género; y Marta ejerció el voluntariado en el Observatorio de Género de la Universidad del Rosario en Bogotá, llevando a cabo una investigación sobre género y tecnología.
Los programas de voluntariado internacional viven un buen momento, cada vez más universitarios se suman a estas iniciativas y deciden viajar a otros países para ayudar y poner en práctica sus conocimientos. Para aquellos que han vivido esta experiencia, el voluntariado es también un viaje interior y una oportunidad para, además de adquirir formación, conocer una realidad distinta a la del país de origen que, en la mayoría de los casos, hace que el voluntario vuelva con una perspectiva sobre el mundo muy diferente a la que tenía antes de su partida.
La oficina de Cooperación Universitaria al Desarrollo del vicerrectorado de Relaciones Internacionales y Cooperación gestiona en la UC3M el “Programa de Voluntariado Internacional de las Universidades Públicas de la Comunidad de Madrid”. Cada año, a través de este programa que este curso cumple su tercera edición, cuatro estudiantes de la universidad son seleccionados para realizar un voluntariado internacional. La estancia en el país de destino es de seis meses (de julio a diciembre) y cada voluntario recibe una ayuda de 4.000 euros para cubrir gastos como desplazamiento, manutención, gestión de visados, etc. El Programa está dirigido a estudiantes de los últimos cursos de grado y estudiantes de posgrado.
Para participar en el programa se requiere gran capacidad de adaptación a un país extranjero, motivación y capacidad de compromiso y experiencia, formación o interés por cuestiones relacionados con el voluntariado y la cooperación al desarrollo.
ISABEL LADRÓN: “La idea de trabajar con la responsabilidad social del periodismo para el desarrollo dentro de la universidad pública me pareció enormemente atractiva. Sentí que tenía mucho que aprender y aportar”
Graduada en doble grado de Periodismo y Comunicación Audiovisual por la UC3M. En la actualidad trabaja en la ONG AIDEsarrollo. Realizó el voluntariado en la Coordinación de Comunicación para el Desarrollo de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua-Managua (UNAN-Managua).
De su experiencia como voluntaria destaca lo aprendido a nivel profesional, las relaciones con los profesores con los que tuvo la oportunidad de compartir departamento y el poder continuar ligada a la universidad desde el lado de la docencia. A nivel personal asegura que fue todo un reto vivir durante medio año en un ambiente distinto: “Viví mil detalles, mil costumbres del día a día, de la forma de relacionarse, de la forma de expresarse, que al contarlas son una anécdota pero que, cuando te toca vivirlas, suponen una prueba de flexibilidad y una fuente infinita de aprendizaje. El acento que se me pegó ya lo he perdido, pero una parte importante de mi tiene y tendrá siempre mucho que ver con lo vivido, visto y sentido durante esos seis meses en Nicaragua”.
¿Qué te atrajo de este proyecto para que decidieras colaborar en él?
Fueron varias cosas. Por un lado, estaba en el último año de periodismo y comunicación audiovisual y tenía ganas de vivir una experiencia diferente antes de entrar en el mundo laboral. En general, me encanta viajar, conocer otros países, nuevas personas, aprender idiomas… Gracias al Erasmus ya había tenido la oportunidad de vivir un año en Roma, pero nunca antes había estado en Centroamérica, ni en ningún otro sitio de América, y me pareció que este programa ofrecía una experiencia única. Por otro lado, me apasiona la comunicación y su poder de transformación, por lo que la idea de trabajar con la responsabilidad social del periodismo y de la comunicación en general para el desarrollo dentro de la universidad pública me pareció enormemente atractiva. Sentí que tenía mucho que aprender y algo que aportar en ese sentido. Además, fue determinante que el proyecto tuviera asignada una bolsa económica, de otro modo, no hubiera podido ni planteármelo.
¿Qué piensas que ha aportado este proyecto a los estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua UNAN-Managua (Nicaragua), a los que impartiste prácticas de especialización?
Supongo que todo el aprendizaje inherente al intercambio cultural que se da cuando personas de distintas regiones del mundo trabajan en un mismo proyecto. Traté de poner lo mejor de mí durante las clases, de aplicar las metodologías que más interesantes y motivadoras me habían parecido a mí como alumna. Las formas de trabajar varían mucho de un sitio a otro y este tipo de intercambios hacen que todas las personas de algún modo implicadas tengamos la oportunidad, no sólo de conocer otra realidad, sino de mirar el mundo con otros ojos. De un modo más concreto, centré las prácticas de especialización en trabajar temas de feminismo y estudios de género, así que espero que algo de eso también haya quedado.
De todas formas, era consciente de mi falta de experiencia como docente y de lo extraña y ajena que resultaba mi forma de hablar, mi forma de actuar, incluso mi aspecto físico. Así pues, planteé las clases de tal manera que cada semana invitaba a una persona involucrada en el activismo feminista local para que viniera a presentar un tema, teniendo en cuenta las particularidades de un contexto que yo desconocía. De este modo, tratamos temas como el aborto, la sexualidad femenina, la homosexualidad, la violencia machista, la relación entre feminismo y religión…
Las prácticas que se hicieron en clase (reportajes, entrevistas, crónicas, cortometrajes de ficción, documentales, programa de radio, etc.) fueron publicadas en La Púchica, un medio digital que creamos y con el que ganamos el segundo premio del concurso ETECOM Telefónica en Nicaragua. Esa experiencia, la verdad, fue muy bonita. https://lapuchica.wordpress.com/
Las clases en las que colaboraste se centraron en el ejercicio del periodismo con perspectiva de género, ¿qué acciones se deben impulsar para incorporar el enfoque de género a la información?
Las acciones pueden ser muchas, pero, en general, los estudios de género son algo transversal. Una vez que una persona se pone “las gafas violetas”, cualquier ámbito puede ser cuestionado y reconstruido desde una perspectiva feminista. El periodismo y la comunicación en ese sentido, no son una excepción. Eso sí, el poder que la comunicación tiene a la hora de crear opinión pública, marcar la agenda o educar en valores hace que la profesión tenga una doble responsabilidad. Por un lado, de puertas para dentro, resolviendo injusticias como el techo de cristal, ya que, en nuestro país, de los treinta periódicos más leídos, ninguno está dirigido por una mujer. Y, por otro lado, de puertas para fuera, evitando llamar muertes a los feminicidios que son asesinatos o visibilizando a las miles de profesionales y expertas que raras veces aparecen como fuente de autoridad en reportajes y noticias. Precisamente de este tema trataba el documental llamado “Periodista y Mujer” que presenté como TFG de Comunicación Audiovisual junto con mi compañera Isabel Bolaños.
JAIME CERROLAZA: “Una de las cosas que más me atraían de este proyecto fue todo el trabajo de campo que implicaba porque soy de esos ingenieros que prefieren mancharse las botas, herramienta en mano, que trabajar delante de un PC”
Graduado en Ingeniería en Tecnologías Industriales-bilingüe por la UC3M. Su profecto de fin de carrera está ligado al trabajo que realizó como voluntario: un análisis y estudio de bombeo fotovoltaico en comunidades rurales.
Realizó el voluntariado en el Centro de Energías Renovables en Estelí de la Universidad Autónoma de Nicaragua-Managua (UNAN-Managua).
Lo que más valora de su experiencia como voluntario es la oportunidad de formar parte de una sociedad con una realidad diferente a la suya, Trabajar en comunidades rurales ha sido lo más gratificante para Jaime a nivel personal: “La calidad humana de las personas con las que he tenido la suerte de tratar ha sido sorprendente y me han hecho sentirme bienvenido en un país tan lejano y distinto al mío. Hoy en día aún puedo asegurar que Nicaragua es y será mi segundo hogar”.
¿Qué te atrajo del proyecto en el que colaboraste?
En primer lugar, me atraía Centroamérica. Un año antes, tuve la oportunidad de participar en un proyecto en Honduras durante dos semanas que se me hicieron muy cortas. Quería conocer mucho más de la zona e integrarme en su sociedad, lo que sólo es posible viviendo allí durante un periodo de tiempo más o menos largo. De Nicaragua había oído hablar maravillas y tenía mucho interés en conocer el país y su riqueza natural.
En segundo lugar, me atrajo la parte técnica del proyecto, especialmente lo relacionado con energías renovables. Es una parte de la tecnología muy ligada a mis valores personales y por la que siempre he apostado. Comencé a investigar acerca de sistemas de bombeo fotovoltaico y fue un tema que me encantó, ya que combina diferentes disciplinas de la ingeniería (electricidad, mecánica, electrónica) y también un fuerte componente social.
Una de las cosas que más me atraían de este proyecto fue todo el trabajo de campo que implicaba. Por decirlo de alguna manera, soy de esos ingenieros que prefieren mancharse las botas, herramienta en mano, que trabajar delante de un pc. Esta ha sido una de las pocas oportunidades en las que he podido realizar ambas facetas.
El estudio de los sistemas de bombeo fotovoltaico en el que trabajaste, ¿qué supondrá en la práctica para las comunidades a las que va dirigido?
En el caso de las comunidades en las que tuve la oportunidad de trabajar podemos diferenciar dos partes: el estudio técnico de los sistemas y el fortalecimiento de capacidades de las comunidades en su relación con dichos sistemas. Se realizó un estudio de las condiciones de funcionamiento de los sistemas para identificar problemas presentes y evitar futuras complicaciones. De forma conjunta se trabajó con la comunidad para evaluar su conocimiento y capacidad de gestión de los sistemas. Tras las evaluaciones técnicas, se realizaron reuniones en las comunidades para exponer los resultados y trabajar de forma conjunta en identificar, corregir y prevenir problemas de funcionamiento.
Por poner un ejemplo, se detectó una bomba en condiciones límite de funcionamiento y se paralizó el sistema. Se expuso el problema a la población y se instauró un protocolo de actuación consensuado para evitar que surgiera este problema en el futuro. Si la bomba se hubiera quemado la comunidad hubiera necesitado varios meses para reunir el dinero y reemplazarla.
¿Cuál fue el reto más difícil al que te tuviste que enfrentar?
El reto más difícil, posiblemente, fuera adaptarme a la forma de trabajar y funcionar de allí. El tener un apoyo institucional de una universidad local es clave para poder acceder a determinados sectores, sin embargo, conlleva complicaciones y retrasos debido a la burocracia y la logística. También tuve que aprender a tratar con “factores incontrolables” como cortes de internet o de suministro eléctrico, que retrasaban el proyecto. De igual manera, al realizar medidas del recurso solar, estaba a expensas de los cambios del tiempo, que son sorprendentemente rápidos en esas latitudes, y muchas veces se perdían horas de trabajo.
Generalmente se tiende a pensar que lo que más pesa es el tiempo y la distancia y que pueden convertirse en un reto, pero ese no fue mi caso. Tuve la suerte de encontrarme con personas excepcionales que me abrieron sus puertas y me acogieron como un “nica” más, por lo que mi experiencia fue completamente positiva.
MARTA MORENO: “Las mujeres colombianas se enfrentan, no sólo a las situaciones de discriminación y violencia que viven las mujeres en el resto de países con estructuras patriarcales, sino también a aquellas que se dan o intensifican en momentos de conflicto armado”
Graduada en Trabajo Social. Cursó el máster de Acción Solidaria Internacional en Inclusión Social de la UC3M. Realizó el voluntariado en el Observatorio de Género de la Universidad del Rosario en Bogotá (Colombia).
Para Marta lo más sobresaliente de su experiencia como voluntaria es lo que describe como un viaje interior: “el tesoro más valioso que me llevo es todo el proceso de introspección y transformación de aspectos de mí misma que siempre han estado a la sombra porque siempre he enfocado mi trabajo en la ayuda a los demás. Esta experiencia en la que mi función principal fue la de la investigadora rompió ese rol que siempre he venido desarrollando, dando como resultado un importante trabajo personal de autoconocimiento”.
¿Por qué decidiste ser voluntaria en el Observatorio de Género de la Universidad del Rosario en Bogotá?
Desde el principio me pareció un proyecto interesante y que se aproximaba a mis intereses. A veces, se piensa que los problemas y las necesidades de las mujeres son los problemas de la mujer blanca europea de clase media, sin embargo, esto no es así. Yo quería conocer las diferentes realidades que vivían las mujeres en Colombia, especialmente en un momento histórico tan importante como el que se estaba viviendo.
¿Qué destacarías del proyecto en el que trabajaste?
Por un lado, destacaría la importancia de las redes y el trabajo conjunto que se hace desde el Observatorio junto a otras protagonistas de la lucha por la igualdad y la equidad de género, desde grupos estudiantiles hasta organismos de peso como ONU Mujeres. Este trabajo conjunto es fundamental a la hora de llevar a cabo proyectos en los que la búsqueda de financiación no siempre es fácil y donde además son múltiples las visiones y aportaciones que se pueden realizar, no sólo desde el ámbito de la academia, sino también desde la sociedad civil. Por ejemplo, de la mano de Rosario sin Bragas, la primera agrupación feminista de la Universidad del Rosario, se estuvo trabajando en una investigación acerca del acoso sexual universitario con otras entidades como la Secretaría Distrital de la Mujer o el Observatorio contra el Acoso Callejero de Bogotá.
Otro gran logro fue el reconocimiento de la Cátedra UNESCO en Equidad de Género junto a cuatro universidades más, procedentes de ciudades como Barranquilla, Cali, Bucaramanga y Medellín. De igual manera fue fundamental el aporte realizado por parte de organizaciones como OXFAM, ONU Mujeres y la Presidencia para la Equidad de la Mujer. Con este reconocimiento de la cátedra se pretende estimular y consolidar espacios de investigación y estudio acerca de la realidad de las mujeres en Colombia y cómo desde la academia se puede promover la equidad de género a través de diferentes acciones como la formación, sensibilización, actuaciones políticas o sinergias.
Una de estas actuaciones, llevadas a cabo el diciembre pasado, fue el IV Encuentro Internacional y V Nacional de Investigaciones en Asuntos de Mujer y de Género en la Universidad del Rosario, donde tuve presente mi trabajo académico: “La protección y seguridad de las mujeres y las niñas desde la acción humanitaria”, que próximamente será publicado.
¿En qué ha avanzado y en qué aspectos tiene que mejorar Colombia en materia de igualdad de género?
Las mujeres colombianas se enfrentan, no sólo a las situaciones de discriminación y violencia que viven las mujeres en el resto de países con estructuras patriarcales, sino a aquellas que se dan o intensifican en momentos de conflicto armado. Lo cierto es que la legislación colombiana es muy adelantada en materia de reconocimiento y protección a las mujeres, incluso más garantista que la española, pero ésta se vuelve papel mojado cuando no se dispone de voluntad para dotarla de mecanismos, presupuestos y profesionales especializados para llevarla a cabo.
La situación de violencia a causa del conflicto continúa intensificando esta desigualdad y violencia. Son numerosos los testimonios de mujeres desplazadas, viudas, cabezas de familia, aquellas que perdieron hijos, que formaron parte activa del conflicto o aquellas que han vivido violencia física o sexual. Por supuesto, no debemos olvidar como estas situaciones e interrelaciones se entrecruzan con otras situaciones de discriminación en el caso de mujeres indígenas, afrodescendientes, rurales, LGBTI, etc. Además, muchas de estas situaciones de desplazamiento y violencia vienen forzadas por empresas multinacionales dedicadas a la explotación de recursos naturales, muchas de ellas de origen español. Por todo ello es fundamental que las voces de las mujeres sean escuchadas, que formen parte de los espacios de poder y de decisión, de los procesos de paz y reconciliación, pero también de los procesos de reparación y de justicia como establece la Resolución 1325 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
En los Acuerdos de Paz de la Habana las mujeres realizaron una valiosa aportación desde la Subcomisión de Género, pero tras el no al plebiscito de octubre, se modificó el punto del reconocimiento de los derechos de las mujeres y personas LGBTI.
Este proceso de visibilización, y muchos otros que se vienen desarrollando en Colombia, se ha producido gracias a la resistencia y organización de mujeres colombianas en defensa de los Derechos Humanos que de tantas maneras y por parte de tantos (militares, paramilitares, guerrillas, etc.) han sido violados.