Claudio J. Conti, In Memoriam

Claudio J. Conti, In Memoriam

Compañeros y discípulos glosan la figura del profesor Claudio J. Conti, científico y profesor de la UC3M, fallecido recientemente a causa del COVID19.

En memoria del profesor Claudio J. Conti

Lamentamos profundamente la pérdida de Claudio Conti, profesor honorífico del Departamento de Bioingeniería e Ingeniería Aeroespacial de la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M), que falleció en Leganés el pasado 3 de abril a causa del COVID19. Le recordamos como un mentor comprometido, un científico dedicado y una persona extraordinaria. Tenía 73 años.

El profesor Claudio Conti era Médico Veterinario y Doctor en Ciencias Exactas y Naturales por la Universidad de Buenos Aires (Argentina). Claudio comenzaba su andadura en la investigación básica en la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) de Argentina, continuando su formación postdoctoral en el Departamento de Patología Comparada en la Universidad de Colorado (EEUU). En 1983, ingresó en el Departamento de Carcinogénesis del MD Anderson Cancer Center (Smithville, Texas) donde llegó a ser Director Asociado. En este centro ejerció como catedrático durante 27 años y fue miembro docente de la Escuela de Doctorado en Ciencias Biomédica (Universidad de Texas, Houston Texas, EEUU). En 2008 dicha Escuela, le otorgó el título de Profesor Senior Distinguido. Después de un corto periodo como Catedrático en la Universidad de Texas A&M (Texas, EEUU), se le otorgó una Cátedra de Excelencia UC3M-Santander en 2012. En los últimos años, el Dr. Conti formó parte del Departamento de Bioingeniería de la UC3M (Grupo TERMeG) y de la Cátedra Medicina Regenerativa y Bioingeniería Tisular de la Fundación Jiménez Díaz, siendo uno de los profesores más populares y queridos de la Escuela Politécnica Superior (EPS). Su contribución fue crucial en la implantación del reputado Grado en Ingeniería Biomédica en la UC3M.

Sus líneas de investigación se centraban en la patología experimental y en el desarrollo de modelos animales de cáncer y otras enfermedades. En particular, Claudio desarrolló modelos animales para el estudio de cáncer de piel, próstata y mama. Su contribución principal fue en el área de promoción y progresión tumoral, la biología molecular a nivel de ciclo celular y la transducción de señales (especialmente, la elucidación del papel de la cíclica D1).

Además de realizar una extraordinaria actividad investigadora, el profesor Conti dedicó un gran esfuerzo a la educación, impartiendo clases en los campos de la anatomía, la histología, la patología y la biología del cáncer. El profesor Conti dirigió numerosas tesis y trabajos posdoctorales, y sus discípulos actualmente ocupan posiciones importantes en la academia, industria o el gobierno en Argentina, EE.UU. y España. El Dr. Conti es el autor de más de 300 publicaciones citadas en 13.000 oportunidades, más de 25 capítulos de libros además de editar dos libros completos. A esta trayectoria se añade su labor como investigador principal en diversos proyectos financiados por el “National Institute of Health”, el Departamento de Defensa Americano, la Sociedad del Cáncer Americana y fundaciones privadas.

Colegas y discípulos de la UC3M recuerdan su dedicación a la formación y a la ciencia.

José Luis Jorcano, catedrático Ramón Areces de la UC3M: “Tengo el privilegio de haber conocido a Claudio durante treinta años, básicamente mi vida adulta tanto profesional como personal. Colaboramos en muchos proyectos científicos, frecuentemente con éxito, con frecuentes viajes entre Austin y Madrid. Hablar con Claudio de Ciencia era un enorme placer, aprendí mucho de biología del cáncer con él. Y, dado su carácter abierto, empático y noble, la relación profesional llevó a la personal: Claudio se convirtió en el amigo con el que hablar de todo, desde fútbol (él era del Barça, por Messi, y yo del Madrid), del común interés por la música y el baile (él me enseñó a oír y bailar la fantástica música country de Austin) hasta de los problemas y decisiones importantes de la vida. Finalmente, sus últimos años en la uc3m nos enseñaron a todos cómo ser un excelente profesor ganándose el aprecio de los alumnos. Su muerte ha sido muy dura de asumir, pero su recuerdo es enriquecedor y lleno de luz y alegría. Será mi “Mother Mary” del “Let it be” de los Beatles. Ojalá exista el más allá, para reencontrarnos.”

Marcela del Río, catedrática de la UC3M: “Conocí a Claudio en una cena que se celebró entre los miembros de su grupo de investigación. Él era el jefe y yo una estudiante de 3º de carrera, pero me vio. Nos veía a todas y a todos. Ese era su don, su arma: la seducción. Hablamos sobre la membrana basal (los años demostraron después que aquello sería una fantástica premonición). Me dijo que pensaba que lo que me habían enseñado no era del todo correcto. Evidentemente, me convenció sin dificultad, pero, además, me animó a ir a mi clase y abrir un debate sobre el tema. Por aquella época, era muy tímida, pero embrujada por aquel científico particular y provista únicamente de un paper que el mismo me había hecho llegar, aparecí al poco tiempo en mi clase de Histología. Aquello acabo inesperadamente bien. Claudio estuvo, a partir de aquella cena, presente en toda mi vida. Nos veíamos de forma intermitente, cada nuevo reencuentro era una fiesta. Estos últimos años no fueron buenos. Pero en ningún momento dejé de salir al pasillo de nuestro Departamento cuando escuchaba, desde mi rincón, su vozarrón pasar. -¿Conti?- preguntaba yo, esperando impaciente su alegre y escandalosa salida de alguno de los otros despachos y que me diera mi abrazo. Ríete de Pávlov. Ríete siempre Claudio.”

Daniel Segovia director de la Escuela Politécnica Superior: “Hay muchas cosas en la vida que resultan inexplicables y que pueden tener que ver con la calidad humana de la persona en cuestión. Recuerdo cuando me presentaron al Prof. Claudio Conti en el momento en que obtuvo una Cátedra de Excelencia de la Universidad. Tengo que reconocer que, habiendo estado rodeado de médicos toda mi vida, y ante el verbo fácil de Claudio me sentí absolutamente cautivado. A ese primer encuentro sucedieron encuentros frugales y tremendamente cordiales a la vez en la cafetería, siempre con una sonrisa de por medio. Estos encuentros llevaron a una breve pero intensa colaboración cuando le pedí asesoramiento sobre algunos planes de estudio. A partir de entonces la complicidad fue absoluta: dos palabras suyas eran equivalentes a media hora de conversación en otros foros y, siempre, con esa sonrisa picarona e inteligente que constituía parte de su propio rostro y que ayudaba a llevar a buen puerto situaciones complicadas. Querido Claudio, allá donde hayas ido, puedo asegurarte que lo que has sembrado en nuestra casa de la Universidad Carlos III es grande. Ojalá seamos capaces de regarlo bien y cultivarlo. Gracias.”

Arrate Muñoz, directora del Departamento de Bioingeniería e Ingeniería Aeroespacial: “Claudio era un profesor singular de elevada categoría profesional y personal que se ha convertido en un modelo a seguir para todos. De extrema simpatía, disfrutaba mucho de la interacción con el resto de los profesores, alumnos y personal del departamento. Su gran sensibilidad se extendía a consolidar el papel de liderazgo y el reconocimiento del papel de la mujer en la ciencia. Echaremos mucho de menos su sonrisa, su conversación inteligente y divertida, su influencia discreta y acertada en los asuntos más serios y tantas cosas más”.

Sara Guerrero, subdirectora del Departamento de Bioingeniería e Ingeniería Aeroespacial: “Dr. Conti, nosotros nos encontramos tarde, para unir nuestras almas en una amistad eterna. Te convertiste en mi familia desde que llegué a Texas y fuimos juntos a comprar aquel coche destartalado y nos hicimos amigos en alguno de aquellos viajes a Houston. La vida siempre fue una aventura a tu lado y por complicados que fueran los días, mereció la pena porque conseguimos divertirnos. Aprendí de histopatología, de filosofía y de música… vaya si aprendí, pero sobre todo de lo importante que es ser didáctico y de que a las guerras hay que ir siempre con aliados, pero es mucho mejor ir con amigos. Aprendí y sigo aprendiendo cada día, porque resuena tu voz en mi cabeza y me acuerdo de tus risas y de cómo nunca dejabas pasar un buen chiste, aunque fuera malo… porque el humor, nunca debe pasarse por alto. Maldito seas por haberme acostumbrado a reír cada día a tu lado, por haberme enseñado el ¨good enough¨y también el tipo de profesora que quiero ser, por regalarme tus ojos brillantes al reconocer la misma belleza en Borges, Messi, Mújica o Dolina y por encontrar esa belleza también en mí. Gracias por ser mi Mentor, pero sobre todo gracias por ser mi amigo y contrarrestar mi frustración con tu amor. Hoy esta loca despeinada, como decía Palito Ortega, está lista para enfrentarse a todas las ratas de dos patas que estén por llegar… Amigo, que allá donde estés, se sigan oyendo tus carcajadas y que te hayas llevado contigo también un poco de mi lóbulo frontal, porque tus locuras, a mi siempre me parecieron obras de arte. Vives en mí y en todos los que te queremos. Como decía el gran Claudio Jorge Conti, …y mi vida seguirá, hasta que mi sombra final se pierda ligera, pero mientras tanto, me levantaré y seguiré caminando…”

Fernando Larcher, responsable del Grupo de Biología y Medicina Regenerativa Epitelial del Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT) y profesor asociado de la UC3M: “Claudio era un entrañable veterinario, biólogo, patólogo, político, filósofo e iconoclasta y sobre todo, un “hombre sensible” o un “cronopio” como los personajes de Alejandro Dolina o Julio Cortázar. Cómo el poema de Borges que dice “A mi se me hace cuento que empezó Buenos Aires. La siento tan eterna como el agua y el aire”, a mí se me hace cuento que se ha muerto Claudio. Nos unía una amistad de casi 40 años por la que transité siendo su técnico de laboratorio en la CNEA en Buenos Aires, su pre-doc en Science Park, USA, su colaborador y su colega en UC3M. Claudio fue un maestro para mí. Digo fue, pero Claudio es de esos que te guía siempre. Creo que él aceptaría con gusto que diga, sin modestia también, que yo fui un discípulo dilecto entre los muchos que sembró. Los caminos y las elecciones son complejas y sin certezas, pero podría aventurar que sin Claudio no habría España para mí. Hay muchas anécdotas de cosas vividas juntos. Quedan ahí también muchos gustos compartidos. Los atesoro para mantener vivo el recuerdo de Claudio. Vuelvo a citar al maestro “Mi cuerpo físico puede estar en Lucerna, en Colorado o en El Cairo, pero al despertarme cada mañana, al retomar el hábito de ser Borges, emerjo invariablemente de un sueño que ocurre en Buenos Aires… ¿Quiere todo esto decir que, más allá de mi voluntad y de mi conciencia, soy irreparablemente, incomprensiblemente porteño?” Que conteste Claudio. Te vamos a extrañar querido amigo.”

Javier Rodríguez, profesor del Departamento de Ingeniería Térmicas y Fuidos: “Claudio era el MAESTRO. En todos los sentidos. Creo que todos los que lo hemos conocido de cerca hemos pensado más de una vez “de mayor quiero ser como él”. Un ejemplo de cercanía, no solo con los colegas y estudiantes… con toda persona que lo trataba. Esa habilidad para conectar con todo el mundo le provenía, en parte, de uno de sus superpoderes: la capacidad de entusiasmar a su interlocutor hablando de casi cualquier tema. Filosofía, literatura, historia, ciencia o, lo más impresionante, cualquier asunto mundano que apareciera en la conversación. Sabiendo esto, no es difícil de entender la relación que estableció con los alumnos. En una ocasión me confesó que su mayor motivación para no querer retirarse era seguir en contacto con la gente joven. Llevaba la enseñanza y la mentorización de estudiantes en su ADN.”

Juan C. Lashera, catedrático de la Universidad de California San Diego que disfrutó de una Cátedra de Excelencia UC3M-Santander: “Durante mi sabático en la UC3M tuve el gran placer de compartir una oficina con el que fue mi gran amigo Claudio Conti. Pasamos juntos largas horas discutiendo temas científicos y vivencias personales de nuestros trabajos en EE. UU. Desde entonces, afianzamos una amistad muy estrecha que hemos continuado desde la distancia. Claudio fue un científico extraordinario, modesto, generoso y noble. De todas esas cualidades, la que más me ha impresionado siempre de él fueron su modestia y su generosidad. Me temo que no tengo la elocuencia necesaria para poder escribir lo que hoy siento por mi querido Claudio, pero quisiera compartir una experiencia personal que llevo y llevaré toda mi vida en mi corazón recordando a Claudio. Cuando tuve que afrontar un grave problema de salud, acudí a Claudio pidiendo su consejo. Durante semanas de incertidumbre, hasta que tuve un diagnóstico definitivo, Claudio estuvo siempre a mi lado y me dio el soporte científico y personal que me permitió superar la crisis. El me ayudó a sobrellevar la angustia y a no caer en la depresión. Claudio ayudó a los patólogos que me estaban tratando en San Diego con el diagnóstico y a constatar que tenía el 99% de curación. Muy a menudo pienso que, en gran parte, le debo la vida a él. Mi querido Claudio, gracias por haber compartido parte de tu vida conmigo, … ¡Nunca te voy a olvidar!”

María Mercedes Sánchez Requena, de la Oficina de Recursos Humanos y Organización de la UC3M: “En sus muchos correos y visitas a Recursos Humanos, sólo o con su esposa y compañera Ellen, Claudio se mostró siempre cercano, afable, agradecido, entrañable, con una sabia conversación que hacía que el tiempo en descargar o rellenar cualquier formulario tuviera una dimensión distinta, porque siempre tenía la palabra o el comentario oportuno, por supuesto, siempre positivo, por más que resultase tediosa la burocracia. Deja en mí un recuerdo perdurable de hombre ‘bueno’ en el buen sentido de la palabra como decía A. Machado”.

Reconocimientos de sus estudiantes

Estudiantes de 3er curso de Ingeniería Biomédica: “Ha sido de los únicos profesores que han dedicado tiempo de sus clases para enseñarnos valores humanos, nos recordó el día de la mujer científica y dedicó palabras emotivas a la liberación de los campos de concentración. No solo nos ha transmitido su pasión por la ciencia, sino sus valores como persona. Son ejemplos muy importantes que nos quedarán grabados ahora que él no está. Es una pérdida para el departamento, para la universidad, para la comunidad científica, para nosotros sus alumnos y para la sociedad por su calidad humana y por su labor en investigación oncológica”.

Estudiantes de 4º curso de Ingeniería Biomédica: “Claudio Conti era un gran profesor, además de una brillantísima persona en todos los sentidos. Todo lo que nos enseñó, de lo académico a lo humano, siempre estará con nosotros”.

Antiguos alumnos de Ingeniería Biomédica de la promoción de 2015: “El profesor Claudio Conti era de las personas brillantes que saben trasmitir su genialidad más compleja con una sencillez magistral a cualquier persona. Precisamente, su habilidad para combinar su gran experiencia con su personalidad le convertía en un maestro de los que quedan en el recuerdo; tras muchos años desde sus clases, todos seguimos recordando vivamente su trabajo. Claudio se hacía querer desde que entraba en el aula. Aparecía con sus deportivas y su Coca-Cola, te dedicaba una sonrisa y un saludo, y nunca faltaba algún chiste o anécdota, que recogía la atención de todo el mundo. Cercanía, siendo una persona que ha vivido en muchos lugares, te podía contar cualquier historia sobre su vida en EE.UU y durante el trascurso hasta su llegada a Madrid, salpicadas de anécdotas convertidas en humor, tan íntimas y desenfadadas como sólo él era capaz. Todos sabíamos de su genialidad como investigador, por ejemplo, su talento con la histopatología fue muy importante para nuestra formación en ingeniería de tejidos. Desprendía pasión cada vez que nos explicaba lo que estábamos viendo en los microscopios durante las prácticas de laboratorio. Su mente crítica y objetiva te invitaba seriamente a reflexionar y entender, guiándote en el pensamiento científico. Y de repente, transformaba de una forma muy elegante y profesional esa seriedad en humor, y así, ese esfuerzo, en conocimiento. Y con su estilo propio, te ayudaba a no perder el hilo de los conceptos más destacados. Sus clases no serían lo mismo sin el búho que incluía en sus diapositivas para ayudarnos en el estudio. Recuerdo poder pararle en cualquier pasillo de la universidad, acercarme a su despacho, o no importaba dónde, y discutir con él sobre dudas más allá de los contenidos de las asignaturas. Te atendía siempre con su cercanía, siempre con su bondad, y con el gran privilegio de su saber. Por detalles así y muchos más, te dabas cuenta de que te había transmitido todo lo que se había propuesto, que había logrado que reflexionaras, criticaras, recordaras y finalmente, aprendieras. Su paso por la UC3M dejó una huella única, inestimable. Te recordaremos de manera muy especial siempre, profesor.”

Pablo Casasbuenas, alumno del Grado de Ingeniería Eléctrica de la UC3M: “Fui alumno de Claudio en la asignatura de Biomedicina para Principiantes, y todos los alumnos que tuvimos el privilegio de contar con él para que nos diera los temas relativos al cáncer, le recordaremos siempre por habernos acercado de forma clara y cercana a un tema tan complicado, y sobre el que Claudio sabía tanto. Siempre le estaremos agradecidos y le tendremos en nuestro recuerdo”.

Hubo también otros alumnos que pudieron compartir con él diferentes fases más cercanas a su formación como el TFG, este es el caso de Andrea González graduada en Ingeniería Biomédica por la UC3M y actualmente doctoranda en el instituto de neurociencias de Alicante que comenta: “Gracias por dejarme aprender de tu investigación, de tu forma de ver la vida y por dejarme formar parte de ti. Fuiste y serás extraordinario; llevando la sinceridad, la honestidad y el cariño por delante. Tú y tus fuerzas estaréis con nosotras siempre.¨

Esteban Chacón fue uno de sus estudiantes de Máster y además estudiante de doctorado muy cercano a él durante su época en Madrid y añade: “A Conti, excéntrico maestro de lento caminar e incisiva audacia, mi gratitud y admiración. Su sentido del humor y pasión por la buena lectura y ciencia crítica serán compañeros fieles de muchos aún con vida.¨

Sus colegas y sus discípulos a lo largo de toda su trayectoria quedaron marcados por su empeño en crear un entorno de trabajo en el laboratorio propicio para el aprendizaje, su calidad profesional y humana.

Irma Giménez, catedrática del MD Anderson Cancer Center y Universidad de Texas: “Iniciamos nuestras carreras científicas juntos en Buenos Aires Argentina allá por el año 1968. Seguimos juntos desde ese entonces hasta sus últimas horas. Claudio fue un gran colaborador científico lo cual se demuestra en la cantidad de publicaciones que compartimos. También fuimos colaboradores por muchos años enseñando a estudiantes graduados y post-doctorales de la Escuela de Graduados de la Universidad de Texas MD Anderson Cancer Center (GSBS). Claudio Histología y yo Patología. Pero lo más importante de esta colaboración fue la vida personal que compartimos como matrimonio (30 años), amigos (por siempre) y padres (3 hijos maravillosos). Inteligente, mucho sentido del humor, buen consejero, músico etc. Compartíamos los mismos gustos a nivel de arte, música, política y la vida. Lo voy a extrañar mucho. Ya lo extraño”.

Fernando Benavides catedrático del MD Anderson Cancer Center: “Conocí a Claudio en 1997 cuando nos encontramos en el Instituto Pasteur de París para cerrar el trato de mi posición postdoctoral en su laboratorio de Texas. Mi familia y yo le debemos todo a partir de ese momento, nuestra vida nunca hubiese sido la misma si Claudio no me otorgaba esa posición. Claudio e Irma nos ayudaron mucho en los primeros difíciles momentos de recién llegados a Austin. Claudio fue un mentor ideal, dando buenos consejos y mucha libertad de acción. Compartíamos nuestro amor por la música y el buen arte además de la buena ciencia. Además de su excelencia como investigador y catedrático, lo más importante para destacar es que fue un ser muy especial, con la capacidad de reírse de él mismo y no creerse superior a nadie. Una persona no sólo extremadamente inteligente, culta y motivada, sino también generosa, informal, directa y divertida. Claudio será recordados por muchos especialmente por la gran persona que fue.”

Miguel Quintanilla, profesor de investigación CSIC y de la Universidad Autónoma de Madrid: “Conocí a Claudio Conti por primera vez por sus trabajos científicos sobre la carcinogénesis química de piel de ratón. Entonces, yo estaba haciendo un postdoctorado en Glasgow (Escocia), en el laboratorio del Dr. Allan Balmain, que era un competidor directo de Claudio en este campo. Cuando nos conocimos personalmente en un congreso, nos reímos mucho contándonos anécdotas de esta competencia. Claudio era un hombre jovial y abierto, lleno de encanto. Desde entonces, además de colegas, fuimos buenos amigos. Era un gran conversador, y usaba la ironía con maestría. A veces, en sus ojos se encendía una chispa del niño travieso que nunca dejó de ser. Descansa en paz, maestro”.

Ellen Valentine, esposa de Claudio, recuerda: “I first met Claudio in a tango dance class. His wittiness and sense of fun charmed me. As became customary, we went out to eat after class with a group of friends and I got to know him better. One fateful night, it was just the two of us eating together as no one else could join us. From then on, many dinner dates as friends followed. These consisted of interesting and witty conversation over a variety of topics. One night, we had been talking so intensely, that a waiter came to tell us “Excuse me sir, but the restaurant closed over an hour ago!”. I realized then that this man was growing on me and I was increasingly attracted to his intelligence, kindness and sensitivity to others. Of course, it was inevitable that this friendship segued into something deeper. This year would have been our 16th wedding anniversary. We were together a total of 17 years. It was a privilege I will always be grateful for. How do I summarize this time together in a few sentences? I can´t. What I will remember about Claudio was his joie de vivre, humanity, and never-ending quest for knowledge. He was my soulmate and my best friend. He gave me unconditional support throughout the years and was unfailingly kind and sensitive towards others as well as me. I was proud of his professional achievements and rapport with his students. He enjoyed mentoring and had assisted many in their careers. I have so much to thank him for. He opened my eyes to the world through our travels – a life-long desire I´d had for many years. Ultimately, one of the places I grew to love through our visits, was Spain. Never did I imagine that I would one day live in this beautiful country with its´ loving and warm people! Oh, Claudio! You will be missed by so many but most of all me! Godspeed my darling.”

El virus tecnocrático

El virus tecnocrático

Ignacio Sánchez-Cuenca analiza las implicaciones políticas de los procesos de toma de decisiones durante la crisis del COVID-19 y el papel de los expertos.

La democracia es un sistema de gobierno en el que las decisiones se toman en función de lo que el pueblo quiere. Se distingue así de otros sistemas en los que gobiernan los poderosos (oligocracia), los clérigos (teocracia), una dinastía (monarquía) o los sabios (tecnocracia). La democracia se fundamenta, pues, en el principio de igualdad política, en el que las preferencias de cada ciudadano valen lo mismo, con independencia de lo formadas o rigurosas que sean dichas preferencias.

A lo largo de la historia, siempre ha habido una tensión entre democracia y verdad. ¿Qué sucede si la gente vota a favor de opciones que no son respetuosas con la verdad de los hechos? ¿Debe prevalecer el criterio del pueblo, aunque este esté equivocado? Platón claramente apostó por la verdad y por el gobierno de los sabios. A su juicio, igual que delegamos en los médicos el cuidado de nuestra salud, debemos encomendar la gestión de los asuntos colectivos a quienes tienen el conocimiento necesario para preservar la salud política de la república.

La tensión entre democracia y verdad queda muy bien reflejada en Un enemigo del pueblo (1882), la obra de teatro de Henrik Ibsen. El argumento se puede resumir rápidamente: una pequeña localidad vive de los ingresos que le proporciona un balneario al que acuden visitantes de muchos lugares; un día el doctor Stockman descubre que las aguas supuestamente benéficas están contaminadas. Los vecinos, alarmados ante las consecuencias económicas de la noticia, deciden acallar la opinión del doctor. Son la mayoría y ejercen su poder contra el experto que quiere arruinarles con su búsqueda de la verdad.

Esta tensión entre política y conocimiento ha rebrotado con motivo de la pandemia de la Covid-19. Ahora la cuestión de la salud ya no es una analogía, como en el argumento platónico, sino que está en el centro del debate: si la política gira en torno a la salud pública, ¿qué criterio deberían seguir los gobernantes, el de la mayoría o el de la verdad?

En casi todos los países, los gobernantes están explicando sus medidas para frenar la expansión del virus a partir del criterio de los expertos. Las políticas puestas en práctica se presentan como resultado inevitable de los informes que realizan quienes saben del asunto, médicos y epidemiólogos. Con ello, los políticos tratan de zafarse de su responsabilidad, sin duda, pero además consiguen cubrir con un manto de legitimidad científica las medidas aprobadas.

Esta forma de hacer política, con un gran protagonismo de los expertos, encaja bien en las tendencias tecnocráticas de nuestra época. Desde hace ya algunas décadas, el margen de discrecionalidad de los gobernantes ha ido estrechándose en beneficio de los expertos. En este sentido, hay grandes ámbitos de decisión sobre los que el poder ejecutivo apenas tiene ya competencias. La política monetaria, en casi todos los países, está en manos de bancos centrales independientes. Igualmente, buena parte de los asuntos regulatorios (aquellos que afectan a la energía, las telecomunicaciones o la competencia) están bajo el control de agencias reguladoras aisladas institucionalmente de los intereses políticos en juego.

En opinión de muchos, la crisis de la pandemia es de tal magnitud que los políticos deberían echarse a un lado o, en todo caso, deberían someterse al criterio de quienes verdaderamente saben sobre salud pública. Si hemos delegado la política monetaria a los expertos en economía y finanzas, ¿no deberíamos hacerlo con más razón ante un tema tan grave y tan técnico como es el control de un virus?

Hay ciertos motivos para ser escéptico y considerar que la pregunta no es meramente retórica. El primero de ellos es que muchas de las resoluciones aprobadas por los gobiernos no son fruto del conocimiento científico. Aunque todos desearían que las políticas estuviesen basadas en evidencias empíricas sólidas, lo cierto es que en muchas ocasiones los gobernantes toman decisiones a tientas, basándose en el sentido común y en los resultados fragmentarios que se observan en otros países. Cuestiones como la suspensión de las clases presenciales, si se debe permitir a la ciudadanía salir a hacer ejercicio, si las mascarillas deben ser obligatorias, si hay que clausurar las fronteras, si hay que cerrar los centros de trabajo y muchas otras de índole similar, no tienen una respuesta científica e indubitable. Corresponde, pues, a los representantes de la ciudadanía regular todos estos asuntos (por supuesto, tras haber prestado atención a todas las opiniones relevantes).

El segundo motivo es que, para bien o para mal, el virus no es una prioridad absoluta o incondicional. La lucha contra el contagio tiene un coste de oportunidad importante en términos de actividad económica. Evidentemente, cuanto antes desaparezca el virus, antes comenzará la recuperación de la economía. Sin embargo, este principio es demasiado general para resolver los dilemas que se plantean en el día a día y que obligan a tener en cuenta factores cuya reconciliación requiere un criterio, ante todo, político.

El tercer motivo consiste en recordar que los expertos suelen no estar de acuerdo entre sí. Reúnanse diez expertos, pídaseles opinión y probablemente aparezca diez respuestas distintas. Así lo hemos podido comprobar en estas semanas cuando los epidemiólogos han aceptado intervenir en los medios, mostrando diferencias profundas de planteamiento. Aquí se plantea la dificultad mayor para los partidarios de soluciones tecnocráticas: ¿quién elige a los expertos cuando hay visiones contrapuestas? Si lo hicieran los propios expertos, pronto se agruparían en bandos que reproducirían las peleas partidistas propias de la democracia, aunque sin pasar por el filtro electoral (más o menos, a la manera en la que se desarrollan las batallas en el seno de los departamentos universitarios). Como eso es claramente indeseable, no queda más remedio que mantener la responsabilidad última en los propios gobernantes, que son quienes han sido comisionados por la ciudadanía para ocuparse de estos asuntos y cuya gestión, si no obtiene la aprobación de los ciudadanos, llevará aparejada un castigo y una alternancia en el poder. Por el momento, no hemos inventado nada mejor que la democracia representativa, ni siquiera para casos especiales como la pandemia que estamos sufriendo.

Ignacio Sánchez-Cuenca es profesor de Ciencia Política y Director de Instituto Carlos III-Juan March de Ciencias Sociales de la Universidad Carlos III de Madrid. Entre sus últimos libros se encuentran Atado y mal atado (2014, Alianza), La impotencia democrática (2014, Catarata), La desfachatez intelectual (2016, Catarata), La confusión nacional (2018 Catarata), La superioridad moral de la izquierda (2018, Lengua de Trapo) y La izquierda: fin de (un) ciclo (2019, Catarata).

Virus y conocimiento

Virus y conocimiento

Fernando Broncano reflexiona sobre la interrelación entre ciencia, política y medios de comunicación durante la crisis del COVID-19.

Qué paradójica es la forma en que la ciencia ha entrado en nuestras vidas, en la esfera pública de los medios de comunicación y las redes y, en general, en la vida democrática, desde las decisiones de las autoridades a la controversia política. La tensión estaba ya presente en la misma arquitectura de las sociedades contemporáneas: en el siglo pasado, la extensión y el poder de los medios de comunicación compitió con la creciente necesidad de conocimiento experto en casi la totalidad de la vida política y económica de las sociedades, inmersas en una competencia sin piedad por la ventaja tecnológica y cultural. En las décadas de la posguerra mundial y la Guerra Fría, el prestigio había estado del lado del conocimiento experto. Al este de la cortina de hierro, Stalin y Mao se sentían seguros de la mano del materialismo dialéctico como concepción científica de la historia. A occidente, las democracias capitalistas estaban cada vez más gobernadas por lo que Galbraith llamó la “tecnoestructura”, una capa de poder y conocimiento experto científico, económico y militar. Las conmociones de los años sesenta produjeron críticas esta aparente sumisión a una suerte de tecnocracia visionaria o científica y la posmodernidad como cultura política declaró que la verdad no importa tanto como la creencia en qué es la verdad y el conocimiento dejó paso al reino de la opinión. El prestigio fue cambiando de lado. La prensa y televisión se llenó de opinadores y tertulianos, de páginas y columnas frívolas que nos enseñaban cómo pensar, como comer y cómo hacer el amor en vacaciones. En la política fueron ganando los técnicos en el control de la opinión. Las redes de activismo y militancia que sostenían los partidos dieron paso a las redes sociales de expresión de las emociones más reactivas. En la primera década de este siglo, la llamada posverdad se convirtió en el término que definía la vida diaria y la gobernanza política. Los comités de expertos técnicos fueron despedidos para que las salas las ocupasen una nueva clase de rasputines expertos en intuiciones, en captar la opinión o directamente en manipularla.

El virus nos encontró en la ignorancia. Las llamadas a la prudencia que habían hecho los movimientos ecologistas y las comunidades científicas sobre los peligros inminentes que amenazaban una civilización organizada sobre el negacionismo y la ignorancia voluntaria cayeron en el vacío, salvo acaso en el sótano de la conciencia para producir un pequeño malestar como el de una digestión pesada. Cambio climático y pandemia. Todo a la vez. La reacción de la esfera pública y la de los profesionales de la política fue de sorpresa. En una primera oleada el término “ciencia” llenó las páginas, las pantallas, los discursos. En una segunda oleada, periodistas, opinadores, políticos ya se habían convertido en expertos en interpretar a los expertos, en técnicos en interpretar complejos modelos matemáticos que no entendían, pero cuyos resultados estaban bien representados en escalas “logarítmicas”, que cada mañana nos explicaban las primeras páginas de los periódicos. A la ansiedad por la fama televisiva o mediática le había sucedido una suerte de angustia epistémica, de necesidad de saber y de ser reconocido como conocedor. Quién no expresó en su momento la opinión firme y contundente sobre lo que tendrían que haber hecho los gobiernos dado lo “que se sabía”.

Nuestras sociedades del conocimiento, paradójicamente, se han convertido en sociedades de la ignorancia. Como en las inundaciones en las que el agua es lo primero que falta, en las sociedades de la información el conocimiento es lo primero necesario. La red social que hace posible el conocimiento experto y científico permanece generalmente en los entornos subordinados del poder político y económico. Exceptuando algunos ingenieros y científicos gestores, las comunidades científicas se dedican a investigar y publicar o a investigar y no publicar si trabajan en laboratorios de grandes empresas multinacionales. Su trabajo suele ser lento, tedioso y poco compensador económicamente. Sus conclusiones suelen ser dubitativas y necesitan siempre mas recursos para seguir produciendo dudas, advertencias y, ocasionalmente, vacunas efectivas. Demasiado poco para una sociedad con necesidades urgentes de certezas. La sociedad del conocimiento ha descubierto que ignoraba muchas cosas, entre ellas, la primera, qué hacer cuando no se sabe, o se sabe que no se sabe. Acostumbrada al autoelogio descubre de pronto que no sabía que no sabía.

Pero, si ignoraba el conocimiento necesario para organizar un mundo complejo sometido a una pandemia que se extendía velozmente debido precisamente a la complejidad, también otras zonas del saber habían quedado en la oscuridad. Un saber cotidiano no menos necesario. Hay una epistemología profunda que tienen en común Trump, Bolsonaro, Johnson con tantas otras formas de política inspiradas por el neoliberalismo, aprendidas en la experiencia de los negocios: es la comprensión del mundo en términos de daño económico, de caída de tasas de crecimiento o de volumen de beneficios, en lo actual, y de incertidumbres y expectativas en lo imaginario. El sufrimiento humano, en su vasta heterogeneidad, queda fuera de esa lógica. La muerte en soledad, el hambre de una familia sin recursos, sin recursos siquiera para comunicar su falta de recursos, la desolación de quien ha perdido con su pequeña empresa su plan de vida, la incapacidad de la madre soltera en una pequeña vivienda para hacerse cargo de los niños, de su trabajo y de su propia vida, …, todas estas cadenas de sufrimiento quedan fuera de una lógica del cálculo, no pueden encontrarse equivalencias, y no puede encontrarse por ello modos de darles entrada en un libro de registros de costos y beneficios. De ahí las continuas contradicciones, las diarias variaciones de opinión, las irritaciones contra cualquier discurso experto o político que se base en otra cosa que la lógica del daño al beneficio. Quizás hemos necesitado la irrupción de la naturaleza para entender que la humanidad vive en dos realidades: en la que existe el cuerpo, la mente y el sufrimiento y en la que existe esa extraña fuerza que llamamos mercancía y que todo lo iguala, desde las cosas a la imaginación. Por eso entienden que toda medida orientada al sufrimiento es “irrealista”. Hay una especie de división del trabajo hermenéutico que tiene consecuencias políticas. Mientras se exige a quienes padecen la crisis que imaginen y entiendan las dificultades de la empresa, no importa políticamente imaginar el sufrimiento de los de abajo.

En el ojo del huracán de la crisis, la tensión entre democracia y conocimiento ha vuelto como periódicamente vuelven a la escena las tragedias griegas. Al fin y al cabo, Sócrates fue condenado por el tribunal emanado de la asamblea griega por predicar entre los hijos de los patricios que el gobierno debería estar en manos de los más preparados y no del populacho. La asamblea ateniense tenía sus propias opiniones sobre quién eran los más preparados. Estaba acostumbrada a decidir los nombres de los estrategos que habrían de dirigir la flota, o de los arquitectos que debían encargarse de construir puertos en las colonias o murallas en la polis. La tensión fue constitutiva de la frágil democracia ateniense que, sin embargo, fue hegemónica en el Mediterráneo durante trescientos años y siguió siendo hegemónica culturalmente por el resto de la historia occidental. En ningún lugar como Atenas y sus colonias, durante la hegemonía, o sus áreas de influencia cultural en el helenismo, se llegó a apreciar tanto el conocimiento científico. Allí nacieron las instituciones de trabajo lento, concienzudo, comunitario, que llamamos ciencia y filosofía. En ningún lugar como en ellas, tampoco, se discutió tanto su posición clave en la polis sin dejar que los filósofos aspirasen a ser reyes. La sociedades postpandemia están en tensión y deberán navegar entre el Caribdis de la vuelta a una sociedad de opinadores y tertulianos y la Scilla de una tecnocracia.

Fernando Broncano es catedrático de Filosofía de la Ciencia en la Universidad Carlos III de Madrid. Autor, entre otros, de: Mundos artificiales, (2000 Paidos), Saber en condiciones (2003, Antonio Machado), Entre ingenieros y ciudadanos (2006, Montesinos); La melancolía del ciborg (2009, Herder), La estrategia del simbionte (2012, Delirio Editorial), Sujetos en la niebla (2013, Herder), Russell, conocimiento y felicidad (2015, Filosofía El País), Cultura es nombre de derrota (2018, Editorial Delirio) y Espacios de intimidad y cultura material (2020, Cátedra +Media). Mantiene el blog de filosofía  laberintodelaidentidad.blogspot.com.es.

Mundo real y paliativos virtuales

Mundo real y paliativos virtuales

Carmen Vázquez analiza cómo la investigación se ha visto afectada por esta crisis, frustrando encuentros y avances e interrumpiendo muchos proyectos que precisan de instalaciones que han permanecido cerradas por motivos sanitarios.

En estos días tan complejos son muchas las vivencias nuevas que estamos experimentando mientras estamos confinados durante un largo periodo de tiempo en un mismo espacio, el que era nuestro hogar, ahora también nuestra oficina, nuestro laboratorio, nuestra sala de reuniones y conferencias, nuestro cine, nuestro gimnasio, nuestro teatro…. Estamos habituados a viajes continuos, al menos en mi caso si me retrotraigo a noviembre de 2019, he estado por razones de trabajo en Tokio, Vitoria, Zaragoza y Pisa, y tenía comprometida mi participación en reuniones y congresos, antes de finalizar el curso en julio de 2020 en Eindhoven, Bilbao, Bruselas y Vancouver. La mayor parte de estos eventos se han sustituido por reuniones y congresos virtuales. Obviamente nuestra forma de trabajar y relacionarnos durante y tras la pandemia de coronavirus SARS-CoV-2 es y será diferente. Diferente porque la facilidad de viajar a lo largo del mundo antes de la aparición de la enfermedad COVID-19, por su relativo bajo coste y seguridad, tardará en recuperarse. Porque existe inseguridad y desconfianza. Aquello que tanto se valoraba como es una interacción personal para crear confianza y facilitar la comunicación se ve emborronado por la incertidumbre del posible contagio por el que se encuentra enfrente y por ello se sacrifica esa interacción. La digitalización nos está ayudando para mitigar el impacto, pero obviamente no se puede cubrir todo en este formato. Y profundizando en este aspecto, creo que hay una gran olvidada. Se han propuesto múltiples medidas para intentar asegurar una docencia on-line que permita a los estudiantes poder adquirir las competencias asociadas al aprendizaje en los estudios en los que se matricularon en universidades presenciales, si bien ahora bajo el formato no presencial, impuesto de forma forzosa. ¿Y qué ocurre con la investigación en las universidades?

Creo que no existe un plan de acción específico y coordinado, más allá de las excepcionalidades que se puedan solicitar y permitir, para asegurar una investigación que permita el desarrollo de los proyectos comprometidos, especialmente aquellos que requieren del uso de unas instalaciones, por su carácter experimental, para su desarrollo. En ocasiones, se puede realizar un control remoto de ciertas tareas que pueden estar automatizadas, pero incluso esas, requieren de unas consignas y un control cercano. Esto no es un reproche, es el reflejo de una realidad sobre la que creo habrá que reflexionar en el futuro. Pues hay muchas actividades que no se pueden desarrollar en el mundo virtual. Así se necesitan respiradores y mascarillas físicas para poder combatir la pandemia y hacen falta empresas e instalaciones donde llevarlas a cabo, y además sobre las que se tenga una cierta influencia. Obviamente será muy útil usar la inteligencia artificial para predecir nuevos escenarios y su repercusión, pero esa inteligencia necesita un cuerpo. Hace falta una financiación sostenida que permita el desarrollo de una ciencia de calidad, pero con un liderazgo que impulse una estrategia clara que ayude a la sociedad a poder afrontar retos como el actual. En el reciente comunicado de la COSCE (Confederación de Sociedades Científicas de España) sobre el cometido de la Ciencia en la resolución de la crisis generada por la pandemia se solicitan medios y el despliegue de una red de asesoramiento científico a los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, transparente e independiente. Ciertamente ayudaría que nuestra sociedad tenga evidencias contrastadas y el necesario conocimiento para la toma de decisiones y por fin no tenga sentido utilizar, salvo con añoranza y sarcasmo, aquella frase de Unamuno ¡qué inventen ellos! en cualquiera de sus múltiples interpretaciones; y a la que añado que no tenga sentido en nuestra sociedad la frase ¡que se asesoren y usen evidencias científicas ellos! Esperemos que una de las repercusiones de esta situación sea la evolución hacia una sociedad mejor asesorada, creativa y crítica, que demande cambios sobre situaciones y modos de vida que estaban preestablecidos y que quizás es el momento de reconstruir con imaginación o cambiar profundamente. Que no sea necesario improvisar hasta que se creen esas redes, porque ya existían pues su labor fue detectada como esencial desde hace tiempo.

Dicho lo cual, gracias a la digitalización que nos permite relacionarnos virtualmente, impartir docencia online, hacer estudios y diseños para desarrollar parcialmente nuestras investigaciones. Gracias por tener una sociedad que muestra abiertamente su reconocimiento al trabajo de todas aquellas personas que están realizando una labor esencial en primera línea y gracias también a los que trabajan como si nada estuviera pasando, intentando paliar las carencias de este nuevo contexto. Y afortunadamente, no somos el país con más muertos por habitante del planeta en esta pandemia, aunque estamos cerca.

Carmen Vázquez es catedrática de Tecnología Electrónica en la Universidad Carlos III de Madrid. Responsable del Grupo de Displays y Aplicaciones Fotónicas. Sus intereses investigadores se centran en las comunicaciones ópticas y la instrumentación, incluyendo el procesado óptico de señales, resonadores en anillo, fibras ópticas de plástico, redes de acceso de banda ancha, filtros, conmutadores, sensores con fibras ópticas y redes WDM.

Recordando lo obvio

Recordando lo obvio

Rafael de Asís reflexiona sobre la toma de decisiones en el contexto de la ética pública y con los derechos humanos como referente.

Cada vez estoy más convencido sobre la necesidad de recordar lo obvio en momentos como el actual, en los que se ponen a prueba aspectos esenciales de nuestra convivencia. Por ello, voy a escribir sobre derechos y situaciones de vulnerabilidad.

Pero antes no quiero desaprovechar la ocasión para mandar un abrazo y ánimos a toda la comunidad universitaria y, especialmente, a todos/as aquellos/as que han perdido a alguien próximo o han sufrido muy de cerca la pandemia.

Enfrentarnos a situaciones extremas, situaciones que plantean dilemas, no es algo inusual. En la Universidad nos gusta utilizar ejemplos (como el del bebé cuyo llanto puede descubrir a los huidos, el famoso dilema del tranvía o, recientemente, los vehículos sin conductor) para poner de manifiesto jerarquías entre valores o maneras de solucionar conflictos entre derechos.

Ciertamente, podemos pensar que la situación actual es diferente al ser real y con un origen complejo, afectar a bienes fundamentales (entre ellos la vida), plantearse en escenarios de escasez o proyectarse en toda la población mundial. Ahora bien, decisiones que afectan a la vida de las personas y a sus planes de vida se toman a diario y, en determinados momentos, en contextos que obligan a priorizar y sacrificar bienes.

Algunos de los criterios que se utilizan en estas decisiones forman parte de la ética pública. La ética pública es una ética situada, esto es, puede variar en el tiempo y en el contexto. Aún así, en el mundo contemporáneo es posible destacar unos contenidos mínimos de esa ética pública. Se trata de unos criterios que han venido acompañando a la humanidad desde la modernidad, pero que se hicieron universalmente fuertes precisamente al hilo de otra de las grandes crisis globales, la segunda guerra mundial. Estos criterios son los derechos humanos.

Los derechos humanos poseen así una doble cara. Por un lado son el referente básico de una ética correcta, y por otro, el referente básico de un Derecho correcto. Cuando los derechos humanos, además, forman parte del Derecho, su exigibilidad aumenta y se vuelve incuestionable.

Los derechos se presentan, tanto en el plano internacional como nacional, como las directrices que deben regir las decisiones de las políticas públicas. Por ello, la gestión y la recuperación de la pandemia que vivimos, y de sus efectos, debe hacerse tomando como referencia los derechos humanos. Se trata de algo obvio pero que parece haberse olvidado en algún momento de la gestión. Buena prueba de ello han sido algunos de los primeros documentos de sociedades médicas o incluso de instituciones públicas sanitarias sobre el establecimiento de prioridades en el uso de recursos sanitarios, en los que se dejaba a un lado a mayores y personas con discapacidad, manejando el criterio de la utilidad social desde una idea de dignidad humana expresión de un modelo humano capacitista valorado por su aporte o contribución social. Ojalá episodios como éste no se den en el diseño de la recuperación, aunque las actuaciones y declaraciones de algunos grupos políticos y económicos del país auguran todo lo contrario.

Situar la gestión y la recuperación de la pandemia en el discurso de los derechos no supone encontrar la solución precisa para cada problema que se plantee. Lo normal será (esto es lo habitual en la vida de los derechos) encontrarse con situaciones en las que la toma de decisión se realiza en un contexto de colisión entre derechos, es decir, hay dos derechos enfrentados o un mismo derecho a satisfacer para distintas personas. Se trata de elegir y ponderar, tomando una decisión que, aunque pueda afectar a un derecho, sea justificable desde el propio discurso de los derechos.

El discurso de los derechos es, sobre todo, un discurso de límites, esto es de rechazo de soluciones (los derechos humanos admiten diversas interpretaciones pero no cualquiera) y de enfoque, esto es, de orientación de soluciones (posicionamientos, fines). Y en ambos planos, este discurso ha estado siempre unido a la lucha contra la discriminación (no se entiende sin ella), prestando atención a la diversidad de las condiciones y situaciones humanas y rechazando el trato no justificado (ya sea igual o diferente) de éstas y, en especial de aquellas que de alguna manera expresan vulnerabilidad.

De alguna manera, en un sentido mínimo, los derechos funcionan como puntos de partida (por ejemplo situarse al lado de quien esté en una situación de vulnerabilidad) y como punto de llegada (por ejemplo rechazando opciones que discriminan a un grupo de personas).

En todo caso la gestión y la recuperación de la crisis que vivimos desde el marco de los derechos requiere de la participación de todos. La concreción de su sentido debe hacerse contando con la sociedad y, sobre todo, de nuevo, con quienes se encuentran en situación de vulnerabilidad. No deben darse soluciones, por muy técnicas que éstas sean, alejadas y no participadas. La participación permite contar con la experiencia de lo vivido y establecer escenarios alejados de la realidad previa a la crisis y que ahora han aflorado (como el trato a los mayores en determinadas instituciones).

Por último, es importante advertir que no basta con elaborar normas. El Derecho se presenta así como una herramienta necesaria pero insuficiente en estos momentos (o, mejor, siempre).

Los derechos necesitan estar reconocidos por las normas. Pero, al fin y a cabo, las normas tienen que ser interpretadas. Y una buena interpretación, una buena decisión interpretativa en materia de derechos requiere de formación. Esta formación no sólo debe proyectarse en los profesionales del Derecho. Los derechos están presentes en otros muchos ámbitos y sectores (la crisis que estamos viviendo lo demuestra todos los días) y por tanto, la formación en materia de derechos debería estar presente en el ámbito profesional y en los diferentes niveles educativos. Ello permitirá, además de conocer los derechos, concienciar sobre su importancia, algo esencial para lograr que estos sean eficaces.

Una de las lecciones que tenemos que aprender de la pandemia es que formar en derechos humanos es una obligación que tenemos como sociedad.

Rafael de Asís es catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad Carlos III de Madrid. Es responsable de la red “El tiempo de los derechos” (HURI-AGE); del proyecto Madrid sin Barreras; director de la Revista Universitas y director de la Clínica Javier Romañach del Instituto de Derechos Humanos Bartolomé de las Casas.

El virus de la soledad

El virus de la soledad

Gérard Imbert analiza, desde los ámbitos de la comunicación y la cultura, cómo el COVID-19 nos ha situado ante una nueva realidad social.

Muchos han comparado la lucha contra la pandemia con una guerra. Lo es en cierta medida: el confinamiento, la paralización de la economía, de la circulación, medidas de excepción como el toque de queda en algunas ciudades europeas… Pero a diferencia de la guerra, es un peligro que apunta indiscriminadamente, con la salvedad de que no afecta, salvo excepciones, a los niños y es de agradecer. El enemigo es invisible, aunque sus armas son letales y lo que se impone, más que un estado de guerra, es el miedo pánico al contagio y, tras él, la amenaza de muerte. De alguna manera, esto es una anticipación (posible) de la muerte, en un estado de total indefensión. Por eso asusta, nos pilla desprevenidos, no solo en lo que concierne a los medios para combatir el virus sino en cuanto a nuestros medios psicológicos para enfrentarnos con el hecho. Algunos dirán que vivimos en una sociedad de la prevención, del riesgo cero, de la anticipación de los hechos mediante simulaciones estadísticas, de la prolongación artificial de la vida, del intento de retrasar la muerte, que nos deja sin defensa ante esta amenaza; otros que nos hemos olvidado de las grandes epidemias, entre otras, la mal llamada gripe española que en el 1918 acabó con más de 40 millones de personas en el mundo, incluyendo niños. El recuerdo de las grandes pestes vuelve en el imaginario colectivo. No es baladí que el libro de Albert Camus, La peste, haya visto dispararse sus ventas al principio de la epidemia…

En otro ámbito, el de los imaginarios cinematográficos, ya habíamos visto algo parecido en películas postapocalípticas sobre la destrucción del planeta (1), el fin de la humanidad, la supervivencia en una tierra desolada, después de una epidemia, un cataclismo o invasiones venidas de otro planeta. Baudrillard lo llamaba la “precesión de los simulacros”: cuando el imaginario se adelanta a la realidad, como para prevenirse contra el mal. Pero aquí el peligro es tangible y nos hace toparnos con lo real –lo irreductible, lo crudo, lo que no tiene respuesta– y de rebote con la soledad, no la soledad con mayúscula, la del existencialismo histórico, sino la soledad minúscula, la que nos afecta como seres humanos y sociales, no autosuficientes, necesitados de un alter ego, de una relación social.

Porque hay otro virus, vinculado al confinamiento, es el virus de la soledad. Tenemos que vivir este trance desvinculados del tejido social, alejados del contexto laboral, separados de los amigos y, aunque estemos acompañados, esta experiencia nos remite a nosotros mismos, a nuestra capacidad de aguante en condiciones extremas, a nuestra obligación de mantener la moral, a la necesidad de aprovechar el tiempo “libre”, retomando actividades postergadas por falta de tiempo, inventándonos algunas, encontrando un nuevo modus vivendi, con la pareja, con la familia, o con la propia soledad.

Entonces nos volcamos en mil actividades, algunas creativas, otras domésticas, de ordenamiento del espacio cotidiano, como una reterritorialización del entorno inmediato, de ese espacio de confinamiento al que nos vemos condenados, porque necesitamos anclarnos en algo. Pero sobre todo echamos manos de las herramientas que nos ofrecen las nuevas tecnologías (WhatsApp, Skype, videoconferencia) y de repente, medios que se habían desgastado, que habían perdido su función comunicativa, recobran sentido, nos hacen sentirnos conectados, no al medio –con la dependencia que implica– sino al otro, y nos damos cuenta de que no somos del todo sin él.

El envite es no separarse del tejido social, mantenerse conectado con el otro. Zygmunt Bauman decía que en el mundo actual la conexión ha sustituido a la relación. Lo planteaba en términos críticos pero hoy, en esta situación de urgencia, la conexión hace las veces de relación y es imprescindible. Incluso el teletrabajo puede ser una manera de conectar de otra manera con el otro (en la docencia, por ejemplo, la clase virtual permite ser menos formal, en cierto modo más humano). Paradójicamente, la distancia permite acercarse más, levantar las prevenciones, eludir los protocolos.

Pero esto produce también un estado de tensión, que puede ser productivo a nivel creativo, pero puede traer consecuencias a nivel emocional. Nos obliga a ser más valientes –menos obviamente que el personal sanitario y de apoyo que, de manera heroica, se desvive y arriesga por salvar vidas–, a cultivar nuestra capacidad de resistencia. Pero esta tiene sus límites y hay que tenerlo en cuenta. El humor, el juego, la parodia incluso, están ahí para desdramatizar porque demasiada tensión puede ser mala, demasiada dependencia de la información, una excesiva exposición al flujo noticiero, pueden incidir negativamente en el estado anímico, aunque demasiado retiro del mundo tampoco es bueno…

Hay aquí dos peligros: el estar demasiado pendiente del flujo informativo, que acaba siendo ansiógeno y lleva a algunos sectores sociales a exacerbar el peligro. Lo estamos viendo en las redes con la proliferación de fake news, la multiplicación de comentarios negativos sobre la gestión de la crisis, la proliferación de interpretaciones tergiversadas que buscan un responsable, cargan la culpa al Otro (que hace de chivo expiatorio), y el resurgimiento de las teorías de la conspiración que apuntan a una manipulación, una intención malévola (la demonización). Son fenómenos habituales, en particular en períodos de crisis, que Edgar Morin analizó en 1969 en su estudio sobre el fenómeno del rumor. El otro peligro es el repliegue, no el que se deriva del confinamiento (inevitable) sino el que estriba en replegarse sobre si mismo, en apartarse demasiado del drama social (cuando uno tiene la suerte de haberse librado del mal), como un mecanismo de defensa.

Tal vez la mejor respuesta sea afrontar el hecho, por muy doloroso que sea. Frente a la amenaza de la muerte –aunque sea ajena y no nos afecte directamente–, hay que anticiparse al duelo porque esto va a ser duro, para quienes han perdido a unos seres queridos y no han podido despedirse de ellos, pero también para los que hemos asistido a este recuento estadístico de los muertos. Eso genera un estado de soledad, no solo individual, sino universal y profundamente social. Somos seres vulnerables, como individuos y género humano. Esto es la anticipación de la muerte a la que tenemos que enfrentarnos.

Felizmente nos salvaremos la mayoría, pero nada será como antes. La pandemia va a pasar factura. De hecho lo está haciendo en algunas parejas, familias, relaciones, en las reacciones defensivas de algunos vecinos ante la vuelta a casa del personal sanitario. Pero el día después –es decir los meses después porque no habrá día preciso para empezar el trabajo de duelo–, tendremos que estar ahí más fuertes que nunca. Sí, organizaremos grandes celebraciones de reencuentro, haremos alarde de sociabilidad, acopio de regocijo, pero ojalá esto nos enseñe –y les enseñe a los políticos– a replantear muchas cosas, a pensar en un mundo mejor, no solo para rectificar los desastres del parón económico, sino para reforzar los vínculos, darle más precio a la relación con el otro y reactivar el sentido de la solidaridad que tanto se ha manifestado durante estos meses. Es la lección que tenemos que sacar de esta dura experiencia, la fuerza que hay que rescatar del ejemplo de civilidad y coraje de muchos. Resiliencia, llama el neuropsiquiatra Boris Cyrulnik a este sacar entereza de la adversidad, convertir el duelo en fuerza vital y la experiencia del dolor en capacidad de amor.

Gérard Imbert es catedrático de Comunicación audiovisual de la Universidad Carlos III de Madrid, escritor y ensayista.  Sus últimas publicaciones son El zoo visual: de la televisión espectacular a la televisión especular (2003, Gedisa), El transformismo televisivo (2008, Cátedra), Cine e imaginarios sociales (2010, Cátedra) y Crisis de valores en el cine posmoderno (2019, Cátedra).


1 Sobre el tema del contagio, véanse El incidente (2007) de M. Night Shyamalan con su imaginario apocalíptico-ecológico, Contagio (2011) de Steven Soderbergh, la aparatosa Guerra mundial Z (2013) de Marc Forster y una interesante producción española, Los últimos días (2013), de Álex Pastor y David Pastor, una metáfora sobre la desocialización en el mundo de hoy, ambientada en Barcelona.