Los “data” del COVID-19

Los “data” del COVID-19

Los datos están siendo uno de los protagonistas de la pandemia. Rosa Lillo nos recuerda algunas de sus limitaciones.

No quiero comenzar esta reflexión acerca del COVID-19 y sus consecuencias con un titular pesimista, que es casi lo primero que te viene a la cabeza desde el confinamiento al que estamos obligados desde hace más de un mes, ni tampoco proclamando asertivamente que toda esta crisis es una oportunidad para reinventarnos. Prefiero abrir mi ventana, a la que invariablemente estoy mirando casi todo el día, para haceros partícipes de lo que percibo que esta situación atípica nos va a dejar en el corto y medio plazo y que no tiene color blanco ni negro.

Lo primero que hemos descubierto en el mundo universitario es que la forma que teníamos de trabajar pensada en el “estar” se ha tenido que cambiar por la basada en “hacer”, en ser más eficientes y en lograr resultados desde el compromiso individual. Desde mi punto de vista, esto supone un cambio de paradigma que esperemos se consolide en nuestro sistema de trabajo y que nos sirva para tener más tiempo que dedicar “presencialmente” a lo que realmente importa.

En esta reflexión no puedo ni quiero desligarme de mi disciplina de trabajo, enmarcada en la Estadística y en los datos, porque si de algo está sirviendo esta situación anómala es para que continuamente y por todas partes se esté hablando, y no siempre bien, de los datos, que están adquiriendo un protagonismo diario y en los que queremos ver rayos de esperanza. Se habla muy alegremente de los datos, de los expertos que los manejan, de los modelos de Corea o de Alemania, pero ¿qué hay detrás de esos datos?

Cada dato de muerte, cada dato de contagio, cada dato de cama UCI ocupada… cuando se traspasa a las bases de datos que estamos manejando es un número más, y a mí me gustaría que, en este trasiego de cifras, pensemos que más allá del número está la persona. La versatilidad del mundo de los datos hace posible que estén insertados actualmente en todas las ramas del conocimiento y, especialmente, se ha hecho presente en los últimos años por el impacto brutal del Big Data en la Economía y en la Empresa. Sin embargo, en este momento coyuntural, los datos que nos ocupan representan personas que lo están pasando mal, que han fallecido sin sentir la mano de sus hijos o parejas, que han experimentado la soledad… son datos que tienen detrás historias vividas, son datos que deben rezumar humanidad y esa humanidad está escaseando mucho en el tratamiento de esta pandemia. No debemos dejar que la excesiva información cuantitativa que nos arrojan los medios de comunicación en tiempo real embrutezca los sentimientos y nos acostumbre a digerir las tremendas pérdidas que estamos sufriendo, incluidas en nuestra propia universidad.

Pero desde la ventana que miro diariamente, sí que puedo observar un fenómeno que me estremece y que da mucho sentido a toda la comunidad científica. Se trata de la espontaneidad con la que muchos investigadores relacionados con el mundo del dato nos hemos puesto en marcha para redirigir las investigaciones en pro de aportar algo de conocimiento al COVID-19 y a sus múltiples consecuencias. Y lo más relevante es que la mayoría de las iniciativas han comenzado a andar antes de que las instituciones anunciaran posibilidad de fondos para llevarlas a cabo. Todo este movimiento a favor del conocimiento y a favor de la formación de grupos de trabajo multidisciplinares es el mejor tributo que podemos ofrecer a la sociedad y hacer realidad la transferencia, que en algunos casos se ha puesto en duda.

También es verdad que este momento, en el que la palabra “experto” se está utilizando con demasiada asiduidad, ha puesto de relieve que la ciencia y la investigación debe ser considerada como una “inversión” y no como un “gasto”, además de que se deberían poner todos los medios para mejorar la posibilidad de hacer investigación en nuestro país y potenciar la carrera científica para evitar que nuestros jóvenes la perciban como una carrera de obstáculos que no llega a ninguna parte.

Una conclusión rápida de lo que se puede leer tanto en artículos científicos como en estudios recientes sobre la pandemia es que estamos todavía en la punta del iceberg sobre el conocimiento de la misma, pues queda mucho por analizar tanto a nivel médico como epidemiológico. En este punto es esencial compartir datos, pero como ya he señalado en varias intervenciones previas que he hecho durante estos días, necesitamos datos de calidad para que las predicciones que se hagan utilizando modelos estadísticos sean fiables. Concienciarnos de este hecho es fundamental, los modelos estadísticos siempre están ahí, siempre se pueden ajustar y usar, pero cuando realmente son útiles es cuando se alimentan de datos buenos. Si no es así, lo que hacen es crear ruido que no necesitamos en estos momentos.

Otro aspecto que está generando muchas expectativas en mi campo de conocimiento es la utilización de la tecnología al servicio de la pandemia, vía geolocalización, vía datos de movilidad agregados, vía recolección de datos a través de aplicaciones web o redes sociales. A pesar de que estas opciones no son nuevas y se han podido utilizar previamente para otros fines, están abriendo líneas de trabajo que, como ya he comentado en el párrafo anterior, suponen iniciativas que auguran un tratamiento de las pandemias y de los efectos colaterales de las mismas mucho más innovador y menos conservador como es el confinamiento en sí mismo. Como todo no puede ser positivo, toda esta línea de trabajo también conlleva que se abra una discusión bastante activa sobre protección de datos y privacidad.

Como os podéis imaginar si habéis llegado a leer hasta este punto, detrás de toda la desgracia de la existencia de este maldito virus se está evidenciando que una buena utilización de los datos y de la tecnología desde un punto de vista estadístico es una ayuda inestimable en el control y en el entendimiento de la pandemia. Las bondades de la Estadística eran conocidas previamente a la pandemia por una parte minoritaria de la sociedad. Sin embargo, a pesar de la irrupción del Big Data o el Data Science en nuestro tejido empresarial, la penetración de estas disciplinas en nuestros estudiantes y a pie de calle es muy limitada y normalmente tiene connotaciones negativas. Así que es momento de alzar nuestra voz en favor de la importancia de la Estadística y la Ciencia de datos, bien utilizada, en nuestros Grados y en nuestro entorno.

Quisiera acabar estas líneas con una frase de Miguel de Cervantes que esperemos acierte en estos momentos: “Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades”. En esas dulces salidas, entre las que incluimos las presenciales, espero reencontrarme con todos vosotros.

Rosa Elvira Lillo Rodríguez es catedrática de Estadística e Investigación Operativa y directora del UC3M-Santander Big Data. Ha publicado más de 70 artículos en revistas internacionales de impacto. Sus líneas de investigación incluyen técnicas multivariantes en Big Data y sus aplicaciones en medicina, redes sociales y finanzas; medidas de riesgos en alta dimensión, análisis de datos funcionales; procesos puntuales y sus aplicaciones en finanzas y redes de colas; ordenaciones estocásticas y fiabilidad; y modelos GLM para alta dimensión y optimización de portfolios.

A la vuelta del verano

A la vuelta del verano

Raúl Sánchez reflexiona sobre cómo la enseñanza universitaria tendrá que adaptarse a la “nueva normalidad”, los retos y las oportunidades que se presentan.

¿Qué nos espera a las universidades públicas españolas a la vuelta del verano de 2020? La pregunta no es baladí. Para todos aquellos que trabajamos, enseñamos, estudiamos o investigamos en alguna universidad pública española resulta evidente que las cosas no van a volver a ser como eran después del verano de 2020. Sobre todo, tras haber vivido un segundo cuatrimestre en el que hemos sufrido el confinamiento obligado en nuestras casas, la migración forzosa al teletrabajo y la conversión acelerada al trabajo, estudio, docencia e investigación online, según los casos. Y, por encima de todo, el ver nuestra vida conquistada y subyugada a la tiranía de la teleconferencia, en pijama o en chándal, según hora del día y gustos personales.

No es fácil encontrar una respuesta razonable para la dichosa pregunta del encabezado, una que se aleje tanto del catastrofismo morboso como del optimismo injustificado. Todos estamos preocupados, y con razón, sobre el momento y las condiciones en que podremos volver a las aulas. Es muy probable que tenga que ser en condiciones mixtas de docencia presencial y online, por motivos sanitarios. El contexto general también será distinto. Por ejemplo, es de esperar que tanto la matriculación de nuevos estudiantes internacionales como el número de estancias internacionales de los estudiantes españoles se reduzcan considerablemente. Estudiar más cerca de casa, o usando medios online, va a ser claramente una tendencia en los próximos cursos, al menos mientras el miedo al retorno del virus exista. También es previsible un impacto económico significativo en los presupuestos universitarios, en la financiación para becas y en los fondos para investigación. Todas estas partidas reflejarán necesariamente el estado de la economía del país, para la que muchos gurús vaticinan ya un golpe importante de una magnitud que no podemos ahora mismo ni imaginar. Como en otras crisis previas, es también de esperar que muchas más personas decidan venir a la universidad hasta que la crisis escampe, para que esta formación adicional aumente sus posibilidades de asegurar un sueldo más decente y competitivo en el futuro.

La situación es claramente complicada, pero no todo tiene porque ser necesariamente negro. Me viene a la mente esa famosa coletilla que es común escuchar tanto a políticos como a inversores financieros: “no hay que dejar pasar las muchas oportunidades que ofrece una crisis severa”. A este mismo principio vamos a tener que agarrarnos nosotros, por falta de otro mejor. La universidad no va a volver a ser la misma. Pero deberíamos de ponernos manos a la obra para intentar que algunos de los cambios que se nos vienen encima ayuden no solo a superar la crisis actual, sino a que tengamos también una universidad pública mucho mejor que la que teníamos desde hace diez o veinte años.

Hay mucho que se puede y se debe hacer. Por ejemplo, racionalizar mejor la oferta de estudios universitarios y la interrelación entre los mismo. Replantear el modelo de contratación, promoción y valoración del profesorado. Redefinir la carrera investigadora, clarificando su progresión y facilitando la retención de talento. La potencialidad de la educación online a nivel universitario, vaticinada por muchos desde hace más de una década, se ha demostrado en estos meses. Pero, como en todos los crecimientos virulentos y sin control, valga la chanza, se han reventado muchas de sus costuras: muchos profesores y profesoras no estaban preparados para adoptar estos métodos en tan corto plazo; muchos estudiantes, sobre todo los de entornos socio-económicos menos acomodadas, carecen del acceso a la tecnología necesaria para beneficiarse de estos recursos; la evaluación online es aún, a día de hoy, un escenario de pesadilla para muchos docentes. Estos, y muchos otros, serán los campos de batalla en los que espero se vuelquen nuestros esfuerzos para que podamos decir dentro de unos años que sí, que nos pusimos las pilas, que trabajamos todos juntos codo con codo, y que aprovechamos bien las oportunidades que nos brindó la crisis del COVID-19.

Finalmente, quiero acabar con una reflexión más. No puedo olvidarme en estos momentos de aquellos y aquellas estudiantes que vienen de entornos sociales y/o económicos menos favorecidos, ni de sus familias. Siempre son los que sufren con mayor agudeza cualquier crisis económica, debido a su falta de recursos. Ningún nuevo marco, ni nueva política, ni nuevo desarrollo tecnológico del mundo universitario sería defendible en sociedad si acaba contribuyendo a aumentar la distancia social entre personas por motivos económicos. La universidad española, junto con el resto del sistema educativo público, ha jugado el papel de ascensor social durante los últimos cincuenta años. Y debe seguir haciéndolo. Este sistema ha contribuido, con todas sus carencias, a que muchos miembros de las clases más humildes de este país hayan visto cumplidos sus sueños, comprobando que cualquier meta es posible si se está dispuesto a pagar el precio en esfuerzo y dedicación personal. Triste favor haríamos a esa idea si los cambios que hagamos no contribuyeran a reducir aún más esa división.

Luis Raúl Sánchez Fernández, es catedrático y director del Departamento de Física de la UC3M. Sus líneas de investigación son la fusión termonuclear, la física de plasmas, el confinamiento magnético, tokamaks y stellarators, magnetohidrodinámica, turbulencia y transporte turbulento.

¿Ha desplazado el COVID-19 el cambio climático?

¿Ha desplazado el COVID-19 el cambio climático?

Mercedes Pardo escribe sobre la relación entre el cambio climático y la pandemia del COVID-19, presentando datos sobre medioambiente

El sociólogo Ronald Inglehart monitoreó durante décadas su teoría sobre los valores postmaterialistas de las sociedades contemporáneas. Constató que las sociedades que han “superado” las penurias de supervivencia y económicas (valores materialistas) aspiran entonces a la calidad de vida (valores postmaterialistas), entre la que se encuentra la calidad y protección del medio ambiente, y concretamente del clima.

Aún no tratándose de un proceso lineal y único, sino sometido a diferencias históricas y culturales, ese postmaterialismo se expresa bien en los valores sobre el cambio climático. Este finalmente ha sido reconocido como uno de los problemas más graves a los que se enfrenta la humanidad, recibiendo un amplio consenso en ese sentido entre la comunidad científica, la comunidad política y, lo que es más importante, la ciudadanía que es quien finalmente apoya o no las propuestas políticas de lucha contra el cambio climático. Así lo corroboran las encuestas de opinión. Se han marcado por ello objetivos, elaborado planes, establecido arquitecturas institucionales, desarrollado mecanismos financieros…Y, de pronto, llegó el Covid-19.

Del mucho desconocimiento que todavía existe sobre el virus, sí que hay certeza sobre su carácter de pandemia global, planetaria, de tsunami con consecuencias catastróficas en la economía, el empleo, los sistemas de salud, los derechos humanos,… Ciertamente, al mismo tiempo han aflorado valores y comportamientos solidarios, compasivos…Es más, en relación al medio ambiente, la salud de la naturaleza y la calidad del aire han mejorado. Y todo eso se ha producido a una velocidad de vértigo, en escasos meses. Muchas investigaciones, reflexiones, análisis, predicciones, son objeto de elaboración. Una línea, aunque ciertamente escasa, es su relación con el cambio climático. ¿Tiene el Covid-19 alguna relación con el cambio climático?, ¿la necesaria lucha contra la pandemia desplazará el objetivo de lucha contra el cambio climático que tanto tiempo ha costado?.

La hipótesis primera es que sí existe una relación entre la variabilidad del clima y la pandemia -que no el virus, que ya existía, por cierto-, debido a los profundos cambios en los usos del suelo y la deforestación, que han removido y disminuido los hábitats de animales salvajes, acercándolos a los humanos. La hipótesis segunda, en concordancia con la teoría de la dinámica valores materialistas / postmaterialistas, sería también que sí, que la brutal crisis económica, pérdida de empleo, inseguridad de las sociedades tienen la potencialidad de relegar a un segundo plano el cambio climático a favor de valores materialistas. La reciente encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas sitúa el paro como el primer problema para los españoles, desapareciendo el cambio climático de los primeros puestos.

Aquí, también como hipótesis, defenderemos lo contrario, en la medida en que el cambio climático ya ha llegado a ser una ‘narrativa global’, con independencia de coyunturas de quiebra material. Si las sociedades son capaces de aprender –que lo son, unas veces más, otras veces menos, claro-, la dramática experiencia que está suponiendo esta pandemia tiene la potencialidad de producir cambios sociales de calado. Es más, la ‘nueva normalidad’ tiene necesariamente que ser una mejor que la vieja normalidad, si no queremos volver a las andadas.

¿Qué hemos aprendido que pueda ser de utilidad para la lucha contra el cambio climático? Unas cuantas cosas, quisiera creer. En primer lugar, que las sociedades tienen que ser capaces de manejar un futuro con múltiples amenazas al mismo tiempo. No es que esto sea novedoso –es la historia de la humanidad- sino que ahora las amenazas tienen otras características nuevas. Beck en su análisis sociológico del riesgo, lo identifica en que son amenazas creadas por nosotros, bien se trate del peligro nuclear, el cambio climático, o las pandemias que se expanden por la globalización, entre otras. Y, además, ahora somos conscientes de ello, espero.

Con motivo de esta pandemia, el mundo está siendo una especie de “laboratorio social” en muchos órdenes, desde lo macro a lo micro. Aunque el cambio climático estuviera en el imaginario colectivo de algunos como un asunto preocupante pero lejano, de futuro, con el Covid-19 hemos visto de frente lo que puede significar el cambio climático para el planeta y en particular para algunas sociedades, entre las que se encuentra España, con una previsión de fuerte aumento de la temperatura y quizá menos lluvia, de subida del nivel del mar, y de incremento en intensidad y frecuencia de fenómenos meteorológicos extremos, con sus correspondientes impactos.

Lo que antes parecía futurible, ahora es obvio. La emergencia climática es como la emergencia del Covid-19, aunque más lenta pero con consecuencias más graves. Ambas han mostrado fracasos del mercado y la importancia de lo público en defensa del bien común, e implican “externalidades”, cooperación internacional, ciencia compleja e interdisciplinar, liderazgo político, instituciones sólidas –el caso del sistema público de salud, por ejemplo- y, por supuesto, ciudadanía comprometida. Las sociedades tienen que estar preparadas con amplias políticas de Mitigación del cambio climático, así como de Adaptación para aquellos impactos ineludibles.

La actual crisis sanitaria ha mostrado también otros asuntos relevantes para la lucha contra el cambio climático. Ha puesto de manifiesto lo multifacéticos e interconectados que están los riesgos y las vulnerabilidades, en términos humanos y sociales, económicos y medioambientales, y desde luego, planetarios. Y eso no es baladí. El impacto del riesgo del cambio climático será mayor o menor, negativo o incluso positivo en algunos aspectos, dependiendo de la vulnerabilidad de una sociedad y de la fortaleza de la misma. Incluso la importancia de la capacidad de resiliencia –tan de moda- de una sociedad, de superar una crisis y de salir reforzada de ella.
Ambas crisis abren una oportunidad no solo de cambio social, sino de metamorfosis del mundo -en palabras de Beck que recogió de Goethe-, de una transformación radical que desestabiliza los conceptos clave al uso para entender el mundo, corroe las viejas certezas y desvanece las tradicionales demarcaciones conceptuales.

La recuperación económica y social que requiere la salida de la pandemia puede acelerar el imparable desplazamiento de los sistemas económicos intensivos en fósiles a favor de una economía sin carbono, por ejemplo, con consecuencias en todos los órdenes, no solo económicas, sino políticas, de movilidad, de organización de las ciudades, de la educación…

El cambio climático se convierte así no solo en un objeto –de análisis, de actuación…- sino también en un sujeto, en un “agente” – siguiendo a Latour- de metamorfosis social.

Mercedes Pardo Buendía es profesora de Sociología del Cambio Climático y Desarrollo Sostenible de la UC3M. Entre sus últimos trabajos se encuentra “El impacto social del cambio climático” https://blogs.comillas.edu/informeespana/2018/11/19/impacto-social-del-cambio-climatico/, y “Mobility Infrastructures in Cities and Climate Change: An Analysis Through the Superblocks in Barcelona” Atmosphere, 11(4), 410.

José Sacristán: del arte como compromiso

José Sacristán: del arte como compromiso

José Sacristán es un exponente privilegiado de la memoria cultural de nuestro país, de los radicales cambios políticos y culturales consumados en muy pocas décadas. Cine, televisión, teatro y compromiso social y político marcan su trayectoria como hombre público. Actuar está para él cercano al juego y a las experiencias de la infancia. Un juego serio, sin embargo, cuyas reglas hay que respetar. Con la misma mirada inquieta, aguzada por los años, José Sacristán compartió su visión sobre el cine, el teatro y la televisión, pero también sobre los cambios que ha experimentado la sociedad española en las últimas décadas y la situación política actual en un encuentro moderado por la Vicerrectora de Comunicación y Cultura de la UC3M, Pilar Carrera, y celebrado en el Círculo de Bellas Artes con motivo del 30 aniversario de la UC3M. Finalizado el evento, nos concedió esta entrevista.

José Sacristán nació en Chinchón (Madrid) en 1937. Procede de una familia humilde. Su padre, agricultor republicano, fue condenado a pena de cárcel tras la Guerra Civil, lo que obligó al actor a trabajar desde muy joven. Su primera actuación en el teatro profesional fue en 1960, y su debut cinematográfico vino de la mano del productor Pedro Masó, en “La familia y uno más” de 1965. Desde entonces no ha cesado de actuar en cine, teatro y televisión. “Señora de rojo sobre fondo gris”; “Vente a Alemania, Pepe”; “La colmena”; “La vaquilla”; “El viaje a ninguna parte”; “Yo soy Don Quijote de la Mancha”; “Un hombre llamado Flor de Otoño”…; por estos y decenas de títulos más transcurre la historia de nuestro país en los últimos 60 años.

Foto de portada © Nerea Berdonces

Entrevista a Nuria Espert

Entrevista a Nuria Espert

Nuria Espert tiene una trayectoria como actriz de casi 70 años. Debutó muy joven, con apenas 15 años, interpretando obras clásicas de Calderón, Sor Juana de la Cruz o Shakespeare. A partir de mediados de los años 50 empezó su carrera profesional y desde entonces no ha dejado de actuar tanto dentro como fuera de nuestro país. Con motivo de su nombramiento como doctora Honoris Causa de la UC3M, nos concedió esta entrevista en la que reflexiona sobre el arte, el teatro y la universidad.

Nacida en Barcelona en 1935, Nuria Espert creó su propia compañía teatral a principios de los 60. Co-dirigió con José Luis Gómez el Centro Dramático Nacional entre 1979 y 1981. Posteriormente, se dedicó unos años a la dirección escénica. A finales de los 80 debutó en la ópera con Madama Butterfly de Puccini en el Covent Garden de Londres. En su repertorio abundan los clásicos y mantiene una relación especial con las obras y poesía de Federico García Lorca, siempre presente en su carrera. Aunque su trayectoria como actriz está ligada a las artes escénicas, ha participado también en once películas y cinco series de televisión, entre ellas Lorca, muerte de un poeta (1987), en la que interpretó a su admirada Margarita Xirgu. Entre sus muchos reconocimientos figuran la Creu de Sant Jordi (1983), el Premio Nacional de Teatro (1984), el premio Princesa de Asturias (2016) o el Premio Europa de Teatro (2018).

Foto de portada © Ros Ribas

Música y Barroco. Por Álvaro Marías

Música y Barroco. Por Álvaro Marías

Álvaro Marías es un especialista en música barroca, además de uno de los más prestigiosos intérpretes de flauta barroca. Desde que creó el Grupo Zarabanda en 1985 ha grabado numerosos discos y ofrecido conciertos por todo el mundo. Con motivo del 30 aniversario de la UC3M, ofreció un concierto en el auditorio de la Institución Libre de Enseñanza, proponiendo un recorrido musical por la Europa de los siglos XVII y XVIII.

¿Qué le lleva, como músico, a interesarse por un período y un estilo tan concretos como el Barroco?conciertoAlvaro3

Pues, si te digo la verdad, no lo sé muy bien. Yo empecé tocando la flauta de pico, que es un instrumento renacentista y barroco, pero luego estudié flauta “normal” en el conservatorio. Después hice la carrera y me fui a estudiar con un flautista fantástico a París. Entonces yo estaba dividido entre dos amores: la música antigua y el repertorio clásico, romántico y contemporáneo al que nunca renuncié.

Cuando empecé mi actividad profesional, al terminar mis estudios en París, me surgieron muchas oportunidades dentro del mundo de la música barroca y eso me obligó a centrarme más en la flauta antigua, tanto en el traverso barroco como en las flautas de pico. Pero la verdad es que nunca llegué a abandonar del todo la flauta moderna y nunca he dejado de tocarla, aunque no soy un especialista puro. Me he visto abocado por las circunstancias a dedicarme a esta especialidad, en la cual estoy encantado, pero bueno, podría haber hecho otra cosa.

Usted siempre comenta que la música barroca es un ejemplo de la pluralidad europea. En el mundo de hoy, ¿hay también un tipo de música que sintetice esa pluralidad?

Es un tema curioso. Ha habido épocas en las que imperaba un estilo musical internacional muy claramente y otras en las que imperaba la diversidad; y muchas veces una especie de pugna, de lucha entre unos países y otros. Pongo dos ejemplos:

La música renacentista es muy uniforme. Sería muy difícil diferenciar la música del Renacimiento italiano, francés o alemán. Y esto vuelve a pasar con el clasicismo musical en la segunda mitad del siglo XVIII. Pero, en cambio, otras épocas son muy diversas, como el Romanticismo: nadie confundiría el Romanticismo italiano con el alemán; y también ocurre en el Barroco.

El Barroco es una época de estilos nacionales y de pugna entre ellos. Y la situación es curiosa: hay dos países que luchan y que son Italia y Francia. La música barroca es una especie de “guerra” entre Francia e Italia que acaba contagiando a los otros países. De manera que tiene algo que ver con una guerra, pero una guerra estética. Estos dos países son completamente antagónicos y luchan; en Francia en algunos momentos prácticamente se prohíbe que se toque música italiana, como si fuera algo subversivo que atentara contra la fortaleza de la monarquía de Luis XIV. Realmente es muy curioso y, como en las guerras, hay países que unas veces se alían con unos y otras veces se pasan al enemigo…

Usted crea Zarabanda en 1985… Cuéntenos cómo fue su génesis

Las cosas que me han pasado casi siempre han sido un poco por casualidad. Cuando volví de completar mis estudios en Francia, me llamaron para encargar un concierto de música del siglo XVII con una idea de programación muy concreta. A la persona que me lo propuso le comenté que para ofrecer ese concierto había que tener un grupo que yo no tenía. Entonces me dijo que lo hiciera. Lo primero que hicimos fueron unos conciertos en los que pudiéramos tocar juntos una serie de músicos y poder preparar este programa de encargo para tocarlo en el festival Europalia, en Bélgica. La cosa funcionó tan bien que decidimos continuar. Y justo después le pusimos el nombre.

¿Qué supone para usted dar un concierto en conmemoración del 30 aniversario de la UC3M?

Muy emocionante. Me toca por todas partes, porque yo me formé en el Colegio Estudio, que es heredero directo de la Institución Libre de Enseñanza y del Instituto Escuela. Me siento un poco como en mi casa. Con la UC3M he tenido relaciones muy entrañables, quizás no todo lo frecuentes que me hubiera gustado, pero se han acordado de mí para una conmemoración tan importante.

¿Cómo ha planteado el concierto?

Este concierto está planteado como un recorrido por Europa, por los países más importantes. Es un programa muy variado, divertido. Empieza con España, con una obra maravillosa de un compositor de comienzos del Barroco, que se llama Bartolomé de Selma y Salaverde. Fue religioso, nació en Madrid, en la Calle del Reloj que está muy cerca del Senado. Y es un compositor maravilloso. Zarabanda se siente muy orgullosa de haber grabado el primer disco dedicado enteramente a Bartolomé de Selma cuando todavía era muy poco conocido. De manera que, si ahora es un compositor que se toca por todo el mundo y que todos los músicos que hacen música barroca lo interpretan, pues algo tendrá que ver con la trabajera horrorosa que nos tuvimos que pegar. Lo primero que hacíamos era transcribir cada obra, porque no había ediciones.

Después nos asomamos con dos obritas a la música inglesa que tiene un carácter muy especial, con esta cosa un poco estirada de los ingleses, muy comedida y con mucha economía de medios. Después nos vamos para Italia, con un compositor que yo he trabajado muchísimo y he grabado todas sus sonatas para flauta, Benedetto Marcello, un noble veneciano con un palacio maravilloso en el Gran Canal. Después nos vamos a Alemania con una sonata en trío de Telemann.

En la segunda parte volvemos a Francia para tocar una chacona, que es un género español, del compositor Jacques Morel. Luego tocamos una obra francesa interesantísima de un compositor poco conocido, Anne Danican-Philidor. Terminamos con una obra maravillosa que a mí me fascina, la chacona de Vitali. Es una obra para violín, pero que yo toco con flauta desde hace muchos años. Todavía no entiendo como un compositor no tan conocido pudo componer una de las obras más geniales e innovadoras de la música barroca. Mucha gente, yo también, pensamos que era una falsificación del siglo XIX, porque parecía imposible que se pudiera componer una música que se saltaba un siglo. Pero parece que es auténtica; está localizado hasta el papel y la mano del copista del manuscrito. Es como de novela policíaca.

conciertoAlvaro2¿Cómo cree que la universidad debe relacionarse con la música clásica para fomentar su disfrute?

En España estamos muy atrasados en ese sentido, aunque están cambiando mucho las cosas. Si hiciéramos referencia a las universidades americanas, casi cualquiera de las buenas tiene una orquesta con un profesor que es el director de orquesta. En un país como Estados Unidos si un estudiante ha aprendido un instrumento, inmediatamente lo fichan para que no deje de hacer música, porque se supone que es una de las cosas más formativas, que más equilibra el esfuerzo de un estudiante. En España está cambiando, pero todavía no hemos llegado a esos niveles.

 

Álvaro Marías (Madrid, 1953), especialista en música barroca, es licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Madrid, además de haber cursado las carreras de flauta y flauta de pico en el Conservatorio Superior. Premio Nacional de la Crítica Discográfica del Ministerio de Cultura y creador del Grupo barroco Zarabanda en 1985, ha conseguido notables éxitos a nivel internacional. Ha realizado crítica musical en el diario El País y discográfica en el ABC. En la actualidad, es profesor en la Escuela Superior de Música Reina Sofía.

 

Foto de portada © Marina García Ortega